Por Martha Chávez Quiero comenzar este texto con un recuerdo infantil; éste tiene que ver con mi primera experiencia como espectadora de teatro. Sí, era yo muy niña, y fue precisamente viendo La Bella durmiente con la compañía Fantástico Show, bajo la dirección de Vicente Padilla, una compañía local que se especializaba en crear espectáculos para niñas y niños, versionando los cuentos clásicos infantiles, teniendo como referencia las producciones cinematográfica de Walt Disney; dando una gran importancia a la producción: escenografías, vestuarios y efectos especiales que buscaban maravillar a sus pequeños espectadores y por qué no, a sus padres. Una compañía que tuvo la fortuna de girar por toda la república. Aquel sábado mis hermanos y yo asistimos a un Teatro Isauro Martínez a reventar. Aquella, mi primera vez, y yo que no podía dejar de mirar fascinada las apariciones brillos que se desprendían de las varitas de las hadas cuando estas las agitaban. Muchos años después, en el 2002, tuve la oportunidad de ver, en alguno de los teatros de la Ciudad de México, El Ogrito de Suzanne Lebeau con Arcelia Ramírez y Alejandro Calva, dirigidos por Martín Acosta. En ese momento, conmovida hasta las lágrimas, en medio de niños acompañados por alguno de sus padres o de ambos, me di cuenta que algo estaba cambiando en la forma de hacer el teatro para los más chiquitos. En el naciente siglo XXI, aún se discutía sobre qué tipo de temas debían tratar la dramaturgia dirigida a ese público. Maribel Carrasco escribe en la Revista Mexicana de Teatro Paso de Gato, publicada en agosto de 2002, “son diversas las opiniones entre las que plantean qué se puede y se debe hablar de todo a los niños, y las que se cierran ante el supuesto de que: el teatro dirigido hacia ese sector del público debe estar cargado de una fuerte dosis de diversión, entretenimiento, sensiblería, mensajes ecológicos y, por supuesto, mensajes educativos, entendiéndose esto como un medio para la enseñanza, una extensión de la escuela”. Los directores escénicos mexicanos empezaban a montar textos contemporáneos para público joven, de dramaturgos de otras nacionalidades. Carrasco en ese mismo artículo hace referencia a eso y cuestiona la autocensura de la dramaturgia mexicana que prevalecía en ese momento “¿qué nos está pasando? Continuamos siendo derrotados por nuestra propia censura… ¿de qué queremos proteger a los niños? si ellos caminan en las mismas calles en las que caminamos nosotros y reciben las mismas imágenes?”. Efectivamente, hasta ese momento la herencia dramatúrgica o literaria tenía el objetivo de instruir. Los temas abordados, a lo largo de la historia de la dramaturgia en México, predominaba lo educativo, porque se veía al teatro como un facilitador para la enseñanza de temas escolares y una herramienta para el aprendizaje. En el 2006, se presentó en Torreón la obra Canek, historia y leyenda de un héroe Maya, adaptación al texto de Ermilo Abreu Gómez por Perla Zsuchmacher, con un equipo de actores Laguneros, bajo la dirección de Alberto Domínguez. La experiencia como parte del equipo de trabajo fue muy grata, el proceso, la dirección, transitar la propuesta escenográfica e iluminación de Fabiola Hidalgo y Matías Gorlero. Curiosamente, excepto la función de estreno, no volví a ver una sala llena como aquella función de La Bella Durmiente que aparece en mis recuerdos de la infancia. Mi última experiencia en la escena para jóvenes audiencias fue en el 2011, precisamente en Martina y los hombres pájaro, de Mónica Hoth, dirigida por la tamaulipeca Sandra Muñoz. Una vez más, un texto dramático que no tiene desperdicio, y que el texto por sí solo, invita a los actores a crear, y a generar imágenes. Un texto cercano al contexto de la Región Lagunera, que aborda el tema de la migración, una herida abierta en la memoria colectiva de nuestra comunidad. Una obra cuyo acogimiento por el espectador fue cálida. Esta obra inauguró un nuevo periodo en la producción de teatro en Torreón. Las nuevas compañías de teatro, volcaron la mirada a la dramaturgia mexicana para jóvenes audiencias, arriesgándose a dirigir textos de Antonio Zúñiga, Maribel Carrasco, Enrique Olmos de Ita, Conchi León, Saúl Enriquez, Verónica Maldonado, Hassam Díaz, Pilo Galindo, entre otros, incluso yendo más allá, creando dramaturgias propias como es el caso de la compañía Rey Feo con su obra El Bichito de Ana Luisa Aguilera, y actualmente, la más reciente producción de Dedos Cruzados dirigidos por Teresa Simental, Beto no puede volar de Jacobo Tafoya, una pieza escénica pensadas y estudiada para las primeras infancias, es decir, bebés. Un colega dramaturgo, a quien aprecio mucho, diría teatro con bebés, porque son ellos, los bebés quienes activan el dispositivo planteado por los artistas, ahí está lo interesante como espectador adulto. En el 2020, en plena pandemia, Berta Hiriat, en una de las mesas del Ciclo de Reflexiones en torno al Teatro para Niñes y Jóvenes de Teatro UNAM convocó a las nuevas generaciones a seguir creando, a continuar esa ola de producción que se gestó a finales del siglo pasado, y que descartaba todo propósito didáctico. La producción de teatro para jóvenes audiencias se concentró y agotó el abordaje de los temas tabú, aspectos de la realidad que, aunque afectaban a la infancia, se mantenían en el clóset de los adultos. Hiriat finaliza su intervención lanzando la pregunta: ¿Ahora qué sigue? Me gusta imaginar que la programación de nuestros teatros se llena de espectáculos para niños y jóvenes, porque hay un voraz público infantil que exige puestas en escena, tan espectaculares como las de Fantástico Show, hechas con todo el rigor, con dramaturgias propias o de dramaturgos mexicanos o no que dedican su pluma a las jóvenes audiencias. ¡Hasta la próxima!