Mango Verde

Miguel Amaranto

Miguel Amaranto
Nació en el distrito Oyotún, provincia de Chiclayo, departamento de Lambayeque. Desde el año 2002 radica en Torreón.
Culminó el diplomado en Creación Literaria en la Escuela de Escritores de la Laguna, en Torreón Coahuila. Es narrador, poeta, emprendedor, e imparte talleres de escritura creativa.
Sus cuentos y poemas se han publicado en revistas de México, el Perú y Argentina.
Se entrenó en los talleres de creación literaria de Stanley Vega en Chiclayo; de Fernando Martínez, Saúl Rosales y Guillermo Samperio, en Torreón.
Su narrativa tiende a lo fantástico sin alejarse de la realidad. Con su poesía explora el amor, el erotismo y lo social.
Ha participado en la Feria Internacional del libro de Coahuila y en la Primera Feria del libro, Región Laguna, realizada en Gómez Palacio, Durango.
Ha publicado los libros de poesía
Más allá del sueño (2017)
Cenizas (2019)
Subterráneo Azul (2019)
Su libro de cuentos “El ladroncito de soles” se publicó en el Perú el 2021.
“La última cena”, del género narrativo, se ha considerado como un libro que limita entre el cuento largo y la novela corta.
“Dinamita; esplendor de un nuevo siglo”, es un libro histórico, y es su más reciente obra, publicada en el 2023.
En el ámbito profesional dirige y conduce el programa de radio Camión de Ruta, que se transmite a través del 89.5 fm, Radio Universidad, en Torreón, y en el 104.1 fm en Saltillo. En el proyecto Mango Verde – Fondo Editorial, donde funge como Gerente de Producción, está encaminando su labor como redactor, corrector de estilo y editor.

Te cuento, Ricardo

Por Miguel Amaranto No recuerdo, exactamente, cómo fue que te conocí, pero ya nos habíamos visto antes Ya se había escrito nuestra historia, Ricardo, En la memoria del polvo que nos hizo. El día de las gordas, ¿recuerdas? Una voz contaba los sueños a través de nuestros labios “hagamos una guerra con esos instrumentos, Apuntemos a las almas con la quena y la zampoña” Ir presos por atentar la guerra con la música y reír hasta estirar los labios del soldado. Qué locura. «le escribes poemas de amor a los políticos, peruano; Les contamos historias a los ancianos de la plaza; así hasta pintar de colores la sonrisa». Y las horas pasaban en esa fondita Donde no había nadie más que los dos. Luego en el Ángelus, Ricardo, Ese día la vida se mofó y nos divertimos: Parecíamos uniformados; al fin soldados de la risa, de los sueños que escribíamos en cada sorbo de café. «imagínate, peruano, desde este balcón lees versos a los viandantes de la Alameda, les cuento un mundo a los niños que son y los que fueron. Imagínate, —tus manos volaban al compás de tus palabras— Treparnos al camión y asaltar a los viajeros, con un «manos arriba» robarles la sonrisa —tus labios se estiraban desde el alba al crepúsculo— y es en serio, remataste. Luego, después de tu dulce carcajada advertiste lo que sería divertido: Jugaremos a conducir un programa de radio Y lo hicimos, Ricardo Tan lúdico, tan infantil, impoluto. Pero te fuiste, amigo; mi corazón anocheció con tu partida, mi alma se suspendió entre lo que soy y la estela que forma la ausencia. Me pesó el Perú. La historia se desvanecía y con ella tus ojos que traviesos jugueteaban en las veredas. *** Desde entonces el sol ha jugado a la ronda para recordarte, y algo me dice que de vez en cuando te pones el sol como nariz para jugar a contemplarnos, que bailas en algún lugar y levantas polvo para sentirte, lagunero; que correteas bajo la lluvia y caes boca abajo para no olvidar los colores de tu alegría. Hasta pronto, amigo; Guárdame un cuentito para cuando nos veamos, y un campito en la eternidad.

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EL FRANCÉS LAGUNERO

Por: Miguel Amaranto Hay tantas denominaciones de “Pan francés” como países en el mundo, igual los tamaños y sabores son variopintos. Pero me enfocaré en uno, en el que me interesa; hablaré de este francés calientito que me estoy comiendo con mantequilla y café. Vivo en Torreón desde hace varios años, pero suelo circular por las tres metrópolis que conforman La Laguna, y de cuando en vez voy a respirar aire fresco a sus alrededores; es un modo de recordar mi pueblo peruano: Oyotún. Me considero parte de este lugar y hay un sentimiento de pertenencia recíproca; es por ello que ante cualquier discusión me pongo a los guamazos verbales con cualquier fuereño, si de defender a la Comarca se trata. Me gusta comer, comer rico, porque me gusta sentir el sabor de lo que estoy deglutiendo. Amo el pan desde siempre. Desde niño, el pan ha sido indispensable para mí. Mi madre solía comprar para desayunar, con queso, con huevito frito, con mantequilla, con aguacate… una delicia. Mi amor hacia este bocado me llevó a dejarme seducir por ese pomposo, crujiente y esponjosito francés de esta región. La primera vez que tuve uno en mis manos, lo llevé a casa (en el camino iba haciendo ligeras presiones y soltando; un ritual que me hace sentir, antes de comerlo, lo suave que es) me preparé un café con leche y sumergí un pedazo hasta que se mojara bien. Comí sin ponerle nada, porque quería conocer su sabor sin combinarlo con nada; un manjar. Cuando tuve la oportunidad de salir a otras ciudades, creí que a donde fuera podría encontrar el francés que me enamoró. No quiero menospreciar el pan de otras ciudades, pero ninguno se asemejaba en sabor, al de La Laguna. Cabe mencionar que, en cuanto a la forma, esa peculiaridad de la “rayita” en medio, la tienen la mayoría de panes con esta denominación, y eso tiene un motivo, según la versión que circula acerca de su origen. Se dice que por el año 1703, unos frailes franciscanos que vivían en una región pesquera de Europa, en la que pululaban conchas de caracol, hicieron un pan tratando de imitar la forma de estas conchas, enrollando la masa; por eso su forma. Y, se dice, que 200 años más tarde, don Teófilo Fuentes Cantú, originario de Nuevo León, llegó a San Pedro de las Colonias y fundó la panadería “La Popular”, donde surge esta delicia, para llegar a nuestros tiempos con un sabor tradicional y una receta que se transmite de generación en generación. Entonces me di cuenta que el pan francés de la Comarca es único, y que en otros lugares se le conoce como Pan Lagunero; no por ello la Unesco lo ha declarado “Patrimonio intangible de la humanidad”. Y después de haber caído en las redes de su exquisitez, opté por combinarlo con todo lo que sea posible: Mantequilla y mermelada, con huevitos fritos, con frijoles y queso. Pero nadie va a negar que no hay menudo sin… (Dígalo). Que las capirotadas, sin importar la receta, son una delicia con… (Recuérdelo). Nadie va a negar que la barbacoa, la adobada, las carnitas, el aguacate, no saben igual si no es con… (Saboréelo). Incluso, estarán de acuerdo conmigo que las penas ¡con pan francés!, son buenas. Digo, es un decir.

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3 RAZONES PARA NO COMER CHICHARRÓN PRENSADO

Por: Miguel Amaranto Hace varios años salí del Perú, rumbo a un lugar que conocía gracias al chavo del 8 y a las telenovelas que mi madre veía. Sabía que llegaba a un país donde, aunque hablamos el mismo idioma, el lenguaje gastronómico fue difícil comprender en un principio. Llego a México dejando atrás el cebichito de caballa, el sudadito de jurel con su arrocito blanco, el caldito de plátano verde, su arrocito con pato, su cabrito, su lomito saltado, su cebadita para calmar la sed; dejo atrás la gastronomía norteña, lambayecana, oyotunense, para ser preciso. Y caigo en Torreón: nortecito, sol caliente como el de Oyotún, donde cambio el ¡qué, ya! Por el ¿Te cae? Entre otros modismos. Pero dejemos la añoranza, la nostalgia, para enfrascarnos en un alimento que fue la flauta que en encantó a mi serpiente gustativa. En la primera salida que hice en la ciudad, fui a ver asuntos migratorios en el Palacio Federal. Justo antes de entrar, la mamá Magaly me dijo: «Ven, vamos a comer unas gorditas». Qué miércoles son gorditas, me pregunté, y la voz de mi tía Chona me respondió en la memoria: «Qué será pues, hijito; tú come». Como no supe cómo pedir, recurrí a la mamá Magaly para que ella lo hiciera por mí, a su gusto, ya que ella tenía años en esta Comarca. En mi plato vi tres cositas circulares, hechas de harina, planas, pero en su interior tenían un guiso distinto. No supe sus nombres, sólo comí. Después de un breve tiempo, estando ya en la escuela, unos compañeros me invitaron a comer gorditas. Ahora sí presté atención. Repetí lo que mis compañeros decían: «¿De qué tiene, señora?», y de todo lo que mencionó me quedé con lo familiar para mí: Chicharrón. En mi tierra se come su chicharrocinto con su yuquita y su café en el desayuno diminguero. Hoy es lunes, me saldré de la rutina, pensé. —Deme dos—¿Prensado o de peya?—Uno y uno —¿Prensado rojo o verde? Qué roche, pensé, no sé. Pero para no verme tonto, pedí una de cada cual. Comí el de peya, me gustó, está bueno, podría pedirlo en otra ocasión. Comí las de prensado, y mi memoria trajo el saborcito rico de la primera vez. Ya lo había probado, pero apenas lo estaba identificando, apenas lo gocé con entusiasmo. Mi paladar me exigió otra gordita de prensado… el prensado Lagunero. No he probado mejor chicharrón que el de La Laguna. No al menos en los pocos lugares que he visitado. Pero sí mis oídos han probado la confirmación de fuereños, que el prensado de esta tierra es superior al de cualquier otro lado. Por eso mis tres razones para que no comas prensado en La Laguna. 1.- Si tu novia o novio es de La laguna, y te pide visitar su ciudad… ¡Cuidado! Si te ofrece Prensadito, es muy probable que en la siguiente visita ya no vuelvas a tu tierra de origen. 2.- Si no eres de La Laguna, y andas de paso por aquí, no comas prensadito; te va a dar el mal del que los médicos no quieren hablar: gordiprensitis. Es un mal que te da después de probar el chicharrón. La gente tiende a comprar compulsivamente gorditas de chicharrón, congelarlas y así llevarlas a sus casas para poder comer todo el tiempo. Luego buscan la manera de que alguien se las mande. 3.- Nunca, por nada del mundo lo mezcles con frijolitos y/o queso. Con esta combinación te puedes morir, pero de encanto. Digo, es un decir.

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