Mango Verde

Enrique Sada

Catedrático investigador multigalardonado. Condecorado Caballero de la Orden de San Miguel del Ala, por la Casa Real de Braganza en 2005. Ganador del Premio Internacional Conde Emmanuel Las Cases 2007, por la Sociedad Napoleónica Internacional, y del Premio Internacional de Ensayo Hispanoamericano Cartagena de Indias, en Colombia, sobre la Independencia de la América Española, durante los festejos del Bicentenario; entre otros reconocimientos.

Vinícola Cuatro Ángeles: orgullo nacional y lagunero

Por Enrique Sada Sandoval Desde la fundación y repuebla del Valle de Parras en el siglo XVI, la historia de la Comarca Lagunera ha venido a escribir una de sus páginas más gloriosas para la historia del norte de México, y ante el resto del mundo, por el cultivo de sus vides, como bien asentara en su momento el Exmo. Sr. Dr Sergio Antonio Corona Páez en su clásica obra La vitivinicultura en el pueblo de Santa María de las Parras: producción de vinos, vinagres y aguardientes bajo el paradigma andaluz (siglos XVII y XVIII). En efecto, gracias al tesón y esfuerzo civilizador en conjunto de españoles peninsulares, indígenas y mestizos como el Conquistador Francisco de Urdiñola, el misionero jesuita Juan Agustín de Espinosa y el Capitán Antón Martín Zapata, es que hasta la fecha nos encontramos con frutos palpables y una tradición que perdura hasta hoy, teniendo en la antigua Vinícola del Marqués de Aguayo a la más antigua de la América Española, al menos desde 1593. Desde entonces, los vinos mexicanos en general compiten con los productos europeos, sudamericanos y norteamericanos sin diferencias en calidad, a la par, quitando mitos y rompiendo paradigmas. Las medallas son testigos de ello, y poco a poco se ve reflejado en el consumidor mexicano que cada vez más opta por estos productos elaborados en el país, volviéndolos sus favoritos; así lo prueban las estadísticas del Consejo Mexicano Vitivinícola, que demuestran que en los últimos lustros la preferencia de vinos mexicanos sobre extranjeros ha venido creciendo y, por lo tanto, estimulando esta noble industria Conforme con esta tradición y legado, la ciudad de Torreón (Coahuila), se ha engalanado a su vez gracias a la presencia de su propia Casa de Vinos como lo es la Vinícola Cuatro Ángeles, que este año ha venido a cosechar un nuevo Premio Internacional en el Concurso Mundial de Bruselas 2024(Concours Mondial de Bruxelles), que es una de las competencias internacionales de mayor prestigio de bebidas alcohólicas, vinos y espirituosos, creada en Bélgica en 1994. Aun y cuando se trata de una Casa Vinícola relativamente joven—que va en su décimo año desde que inició formalmente—ésta cuenta con una vasta experiencia al tener como Socio Fundador a un gran enólogo senior, que es el Decano de los enólogos de Coahuila y uno de los más experimentados en este campo, con 63 años de experiencia y estudios especializados en la Universidad de Davis (California) y en Burdeos (Francia): Don Ángel Morales Morales,  quien ha transmitido técnicas de cuidadosa elaboración a su familia y colaboradores, desarrollando un sistema de trabajo que usa procesos artesanales tradicionales, combinado a su vez con la más moderna tecnología enológica. En cuanto al Premio en Bélgica, el Jurado o panel de cata del concurso está compuesto por expertos reconocidos del mundo vitivinícola de 40 países, los cuales hacen un análisis organoléptico, evaluando color junto con características de aroma y sabor con cata a ciegas. Es decir, los jueces no conocen que producto están evaluando para no dejarse influir por marca, fabricante, etiqueta o diseño, y sólo valoran estrictamente el vino que degustan. Cada Juez evalúa un promedio de 40 vinos por día, y en el presente caso Vinícola Cuatro Ángeles ha ganado nuevamente la Medalla de Plata con su Shiraz, producido nada menos que con uvas del Valle de Parras; siendo ésta la novena medalla que reciben en este y otros concursos internacionales de prestigio. Por otro lado, gracias a que el paladar mexicano se ha vuelto más audaz y experimentado a la hora de aprender a degustar y reconocer la calidad de sus propios vinos, más allá de los tradicionales, como es el caso de esta gran marca lagunera, la industria vitivinícola está detonando el turismo enológico en México con diferentes rutas en otros estados productores como Coahuila, Zacatecas, San Luís Potosí y Aguascalientes. Una de esas rutas es la de Vinos y dinos de Coahuila, que abarca las regiones de Parras, Torreón, Saltillo, General Cepeada, Cuatro Ciénegas, Acuña y Piedras Negras con casas productoras de vino en cada una de ellas. Torreón está dignamente representada por Vinícola Cuatro Ángeles que, a diferencia de las anteriores, ha logrado sobresalir sin el mismo apoyo por parte del Gobierno del Estado, llevando con orgullo su identidad propia—lagunera y coahuilense—más allá de México, para el resto del mundo.

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En memoria del gran Aviador coahuilense: el Capitán Emilio Carranza

Por Enrique Sada Sandoval Este sábado 13 de Julio del 2024, la American Legion, Post 11 de Mount Holly, será sede anfitriona del 97 Servicio Anual en Memoria del Capitán Emilio Carranza Rodríguez (nacido en Ramos Arizpe, Coahuila, el 9 de diciembre de 1905), que cual comenzará a la 1:00 p.m. en el monumento erigido al Capitán Carranza, en el Bosque Estatal Wharton, del municipio de Tabernacle, New Jersey. Nacido el 9 de diciembre de 1905 en la Villa de Ramos Arizpe, Coahuila, cursó primaria en San Antonio, Texas, EUA, porque sus padres Sebastián Carranza y María Rodríguez radicaron ahí a partir de 1911, huyendo de la Revolución. De vuelta a México en 1917, fue acompañante de vuelos junto con su tío Alberto Salinas Carranza, piloto graduado en 1912 en la Escuela de Aviación de Moissan, que había combatido al lado de Francisco I. Madero primero, y después de Venustiano Carranza, su tío, y que en ese tiempo dirigía una escuela de pilotos militares en la capital del país. En 1928, el Gobierno Mexicano le había conferido al Capitán Carranza la honrosa misión de efectuar un vuelo de buena voluntad a Estados Unidos, en reciprocidad al vuelo de buena voluntad de Charles Lindbergh a Ciudad de México, realizado en diciembre de 1927.  Para entonces, el Capitán Carranza había realizado un glorioso vuelo a Washington, DC y luego a la ciudad de Nueva York.  Dondequiera que el joven capitán viajaba, era recibido con entusiasmo y se ganaba la simpatía de miles de personas, tanto para él como para la gran nación a la que representaba.  Tras esta visita de amistad y buena voluntad para con el vecino país del norte, estaba listo para volver a casa. El 12 de julio de 1928, el Capitán Emilio Carranza, miembro destacado de la entonces Armada de Aviación del Ejército Mexicano, recibió la ovación de una enorme multitud reunida en Nueva York, para desearle buen viaje en su proyectado vuelo sin escalas a la Ciudad de México. Sin embargo, debido a fuertes tormentas, su partida fue cancelada por las autoridades aeroportuarias y la Oficina Meteorológica del Aeropuerto Roosevelt Field. Esa misma noche, mientras cenaba, recibió un telegrama que ordenaba su regreso inmediato.  Los funcionarios del aeropuerto no pudieron impedirlo porque el telegrama era una orden militar.  El capitán Carranza preparó su avión y despegó en medio de una tormenta amenazadora. Todo fue bien durante un breve periodo, hasta que, sobre la zona de pinos del sur de Nueva Jersey, apareció una violenta tormenta eléctrica y sus alas plateadas descendieron por última vez. Fuera de la vista de los miles de personas que lo habían recibido y homenajeado, el gallardo Capitán Carranza se estrelló y murió. Cuando el destacamento del Post 11 regresó a Mount Holly, los miembros de la Legión Americana montaron una guardia de honor en torno al cadáver, y más tarde se les unieron miembros del Ejército de los Estados Unidos y de la Policía Estatal de Nueva Jersey. Formaron un círculo alrededor del cuerpo, una valla de honor, hasta que el cuerpo fue entregado a los representantes del Consulado General de México en Nueva York. Un destacamento de Legionarios del Post 11 acompañó el cuerpo en el largo viaje por ferrocarril hasta Ciudad de México para el funeral. Cuando el ataúd de Emilio Carranza salió de Mount Holly para su viaje final a la Ciudad de México, fue cubierto con una bandera de los Estados Unidos del Post 11 de Mount Holly. Esa bandera todavía cuelga hoy en la Escuela Militar de Aviación de la Fuerza Aérea Mexicana Este año marca el 97 servicio conmemorativo anual del Capitán Emilio Carranza; 96 años consecutivos sin falta, no obstaculizados por tormentas tropicales, calor sofocante, o incluso lluvia torrencial (y no, no hay error: aunque han pasado 96 años desde la muerte del Capitán Carranza, antes de que se cumpliese el primer aniversario de su muerte, un servicio memorial adicional se realizó ese mismo año, por eso, aunque este es el 96 aniversario, es el memorial número XCVII).  El Post 11 ha mantenido la promesa de sus antepasados, ha continuado honrando al Capitán Carranza, y ha continuado alimentando su misión de Buena Voluntad durante casi un siglo. Desde entonces, de manera bastante honorable, miembros de la American Legion han mantenido de manera ininterrumpida la promesa hecha por sus antepasados hace 96 años, de nunca olvidar, siempre honrar, y efectuar un servicio cada año en memoria del Capitán Carranza: algo que en nuestro país sigue sin hacerse debidamente.

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Los Patriotas de Will Fowler como novela histórica.

Por Enrique Sada Con un estilo personal muy mexicano, y no por ello menos lleno de emoción, el Historiador Will Fowler ha venido a hacer la entrega de lo que tuvo a bien ser su primera novela, luego de largos años de investigación documental y producción académica, con la aparición de Patriotas en nuestro país. Publicada bajo el sello de Editorial Planeta este 2024, el libro de Fowler—Doctorado en Historia por la Universidad de Bristol y Catedrático de Estudios Hispánicos de la Universidad de Saint Andrews—vino a presentarse en nuestros anaqueles literarios, con gran expectativa y como una novela que no decepcionará al lector. Sin la necesidad de ahondar precisamente en una cátedra especializada,  nuestro autor logra envolvernos desde su propia imaginación gracias al desarrollo de una historia familiar desde el momento mismo en el que Francisco Cienfuegos se decide por enlistarse como soldado insurgente, empezando  de esta manera a tejer su propia gesta heroica en lo particular y de manera paralela a la de los principales acontecimientos de nuestro país: desde la insurrección liderada por el cura José María Morelos hasta la instauración y caída del Segundo Imperio con el Emperador Maximiliano I de México. Siguiendo la muy difícil tradición iniciada por otros grandes como Astucia de Luís G. Inclán, Las Memorias de Blas Pavón del no menos excepcional historiador norteño que fue José Fuentes Mares, Noticias del Imperio del erudito Fernando del Paso o El Seductor de la Patria, de un prosista lúdico como Enrique Serna, Fowler logra consagrarse también como un buen novelista. Salvo por Zambrano del historiador académico Javier Guerrero, gran novela histórica desarrollada a partir de los archivos de uno de los personajes más prósperos y afamados del Septentrión novohispano en plena Guerra de Independencia—cuyo prólogo y presentación realizamos justamente el año pasado en la capital de Durango—Patriotas viene a acompañarnos no solo como un gran libro—novedoso y reciente— por lo voluminosa que es la obra sino también por la riqueza de su contenido que, sin faltar a la erudición que le es característica  como tal, se convierte por mérito propio en una obra que se mantiene en pie por si sola. Lo anterior se debe en buena medida a su narrativa que logra atrapar al lector—sin importar que se trate de un investigador o un simple buen amante de la ficción—precisamente porque, dada la erudición del autor dentro del tema principal en el que se ha especializado con creces a lo largo de su vida, es que este logra sostener no solo la credibilidad de lo que escribe sino que llega a transmitir de manera muy bien lograda, a través de su personaje principal, la emoción y el interés con destreza a partir de uno de los capítulos más fascinantes y definitorios no solo de la Historia de México sino también de la Historia de la América Hispana desde la primera década de 1800 en la que inician las primeras insurrecciones por la Independencia; partiendo de lo que ha venido a definirse como la época de las gestas heroicas pero también como el momento en el que aquellos jóvenes países empezaron una serie de luchas no solo contra el exterior sino también en contra  de sí mismos, en pos de un rumbo propio y del proyecto de Nación que habría de definirles, hasta la segunda mitad del turbulento siglo XIX (con próceres y caudillos) marcando una pauta a seguir hasta la fecha. Reconocido ampliamente como un experto de la figura mítica y la persona de Antonio López de Santa Anna al igual que del siglo XIX mexicano, que Will definiría a lo largo de sus obras académicas como “la era de los pronunciamientos militares”, llega este libro a refrescar el ambiente literario justamente en un año como el presente en el que ha escaseado la producción y difusión de obras noveladas con tan buen tino como esta.

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Mujer, patriota y testigo de su tiempo: las memorias de una Primera dama (II Parte)

Por: Enrique Sada Sandoval Aquellos novohispanos que nacieron en las postrimerías del siglo XVIII y primeras décadas del siglo XIX, incluso ya como mexicanos, heredaron las grafías, usos, y ambivalencias propias (en cuanto a morfología y sintaxis) de un castellano todavía tan cercano a Nebrija y a Quevedo como a su propia cotidianidad, y en un ámbito donde lo fundamental era saber expresarse; primero de manera fluida y después aprender a hacerlo, si es que era posible, por puño y letra a través de la palabra escrita. Lo anterior no debería por lo tanto sorprender a nuestros contemporáneos ni hacernos ver a aquellos hombres y mujeres del siglo antepasado como desfasados: basta recordar que en  Europa y nada menos que en la nación que se autoproclamaba ante el mundo capital y cuna del “Siglo de las luces”, la adopción del francés como idioma oficial o lengua nacional—compartiendo vigencia en ese tiempo con dialectos romances del Medioevo, como el provenzal—no vino a imponerse hasta el reinado de Napoleón III (1852-1870); y que aún en nuestros días, la misma Academia de la Lengua Francesa mantiene una disputa constante respecto a como debieran escribirse o pronunciarse ciertas palabras, cosa que no sucede con la lengua de Cervantes ni con la Real Academia hoy en día. En lo que respecta a los acontecimientos en aquél México convulso que, no obstante su estado, aún deparaba esperanza en el porvenir, las Memorias presentan un retrato hablado, no sólo de la autora, sino de sus paisanos a través de su encuentro con hombres, mujeres, indígenas, religiosos, personalidades de la política, diplomáticos y valerosos hombres de guerra que amaban la paz, como su marido; envueltos en un mismo torbellino, donde las constantes intervenciones de Estados Unidos, ya arrancando la soberanía y dignidad de la Patria a jirones o apoyando a sus protegidos “liberales” en México, con las mismas pretensiones y ofrecimientos territoriales de parte de estos, terminarían por abrir la pauta para que la mayoría de los mexicanos —los liberales moderados y los conservadores— acudieran a Europa para pedir auxilio definitivo contra el Goliat del norte tras la intervención de la Armada Norteamericana  en Veracruz, en Antón Lizardo, salvando a Juárez y su facción, de una derrota definitiva, y haciendo que Miramón y los de su bando perdieran la Guerra de Reforma (guerra entre mexicanos) contra la nación de las barras y las estrellas. Dotada de una prosa rica y propia de una dama educada e inteligente, Concepción Lombardo hace despliegue de ingenio en sus juicios agudos con un toque penetrante y bastante sentido del humor respecto a los personajes con los que, desde su alta posición y cercanía involuntaria, igual que hiciera Madame Calderón de la Barca décadas antes, llegó a entenderse lo mismo en sus paseos por la gran ciudad de los palacios antes que la piqueta de la “Reforma” la mutilara y despojara de trescientos años de esplendor y patrimonio histórico (como señalara Guillermo Tovar y de Teresa), igual que sus repentinos viajes hacia el interior del país en pos de encontrarse con su marido o escapando del asedio de las tropas enemigas y del bandolerismo que infestaba los caminos aquél entonces. Sin lugar a duda, al tratar sobre la viuda y Condesa de Miramón —título nobiliario concedido como reconocimiento por el Vicario de Cristo en 1869— a partir de sus letras nos encontramos con una mujer inteligente, y más aún, ante una mujer de una sola pieza, cuya integridad, congruencia, patriotismo y abnegación en grado heroico la ponen en el mismo pedestal que a su marido y que a los otros dos asesinados aquel 19 de julio de 1867 en el Cerro de las Campanas. Sus Memorias, por lo tanto, constituyen, en una bella nueva edición que también prologamos, no sólo una defensa (como algunos pretenden, para intentar escatimarle valor como fuente) contra la desmemoria histórica y el maniqueísmo oficial de los vencedores, quienes trataron falazmente de cubrir el asesinato del “Joven Macabeo” con una farsa de juicio y la falsa acusación de “traidor a la Patria”, como excusa pueril a lo que en consciencia sabían que era un crimen a todas luces; es también un testimonio para futuras generaciones de mexicanos cuya lectura mueve a la búsqueda de la verdad histórica, más allá de la miopía ideologizada y la impostura política, así como una lección sobre el porvenir en un momento crítico, donde los mexicanos de todos los bandos habían perdido la fe en la posibilidad de resolver sus propias diferencias y problemas: sin duda, una lección que hoy por hoy, a 160 años de la conmemoración de la del Segundo Imperio Mexicano, sigue vigente.

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Mujer, patriota y testigo de su tiempo: las memorias de una Primera dama (I Parte)

Por Enrique Sada En 1867, cuando los restantes miembros del extinto Partido Conservador se acercaron al borde del sepulcro en que se encerraba—entonces se creía que para siempre—el cuerpo de quien fuera un verdadero Niño Héroe, el presidente más joven de la República y patriota valeroso, el General Miguel Miramón Tarelo, con  tímidas palabras se acercaron a su viuda, la señora Concepción Lombardo de Miramón, para manifestarle la enorme pérdida que para México y los conservadores representaba la muerte del «Joven Macabeo». La viuda en un estado de agudeza mental y contemplativa, como relámpago que rompe la quietud y cruza el cielo, simplemente les respondió: «Ustedes también están sepultados dentro de esa tumba». Con estas palabras se cerraba un capítulo extraordinario en la Historia de México, pero se abría, sin duda, el camino hacia la eternidad, así como una pauta para que esta mujer describiera a futuras generaciones como fue su tiempo junto al gran hombre que se había convertido, desde muy joven, en un personaje de leyenda cuya vida estaría entrelazada, hasta el momento de su asesinato, con lo que más amaba: su Patria. Dos años después de cerrarse aquella loza en el Panteón de San Fernando, de manera apasionada y lo más cercana a la verdad histórica, a partir de sus recuerdos íntimos fue que Concepción Lombardo, o simplemente “Concha” para quienes solían tratarla, inició como catarsis un largo recuento de historias y vidas cruzadas a partir de su experiencia en lo que serían sus célebres Memorias empezando por su nacimiento en la capital de un México independiente, en el año de 1835. Sin ser una mujer de letras dedicada al oficio como George Sand,  la presente obra se consagra  como una enorme contribución por parte de la autora en el ámbito de la  historiografía pues se trata no de un simple desahogo personal o una extensa proclama política—algo bastante común en aquellos tiempos—ni de un memorial justificativo y parcial con pretensiones moralistas (como lo hicieran Lucas Alamán, Benito Juárez o el mismo Antonio López de Santa Anna en su momento); por el contrario: la autora se presenta a sí misma desde la verdad infranqueable y nos expone también a aquellos personajes que definieron los destinos de la todavía joven Nación mexicana en un momento crítico, partiendo desde su extensión, usos y costumbres hasta ahondar también en sus virtudes, sucesos y vicios. Ha habido algunos que, de manera superficial  desde el confort y el maniqueísmo que les impone—porque les es cómodo y económicamente redituable—la “historia de bronce”, acusan en nuestra apasionada autora, con recato fingido y actitudes puristas,  parcialidad o hasta un aparente error en la presente autobiografía, como sucede con María Teresa Bermúdez quien en su muy breve reseña a las Memorias de Concepción Lombardo de Miramón, publicada por la revista Nexos en el año de 1990, manifestaba que “desgraciadamente no se corrigió la ortografía”(?) a la hora de publicarlas por vez primera y desde entonces. En el presente caso habría que subrayarle a quien se pretendía crítica no solo su error y la ligereza de esta afirmación sino también el anacronismo en que incurre al emitir una opinión que solo puede justificar su falta de conocimiento histórico al emitir juicio sobre una obra del siglo XIX con la mentalidad del siglo XX, pues las reglas gramaticales que gozamos hoy en lo que a la lengua castellana se refiere, no vinieron a imponerse de manera general y definitiva sino hasta finales del reinado de Isabel II de España en 1869; esto es, hasta ya entrada la segunda mitad del siglo XIX. Aún y cuando los primeros trazos por uniformar la pronunciación y gramática aparecen bajo el Borbonismo tardío del siglo XVIII, con la publicación de la Gramática de la lengua española por la Real Academia de la Lengua en 1771, esta se hace como un intento político centralizador (más que unificador y común) respecto a las muy distintas usanzas, costumbres, palabras y dialectos que imperaban tanto en la misma Madre Patria como en el resto del Imperio que abarcaba un territorio global desde los Virreinatos de América y las Capitanías Generales del Caribe, al igual que otras provincias de ultramar como las Filipinas; y si este primer intento no se generalizó  fue debido a la tirantez que  experimentaba como hegemonía en declive, ocupada en sus guerras contra Francia e Inglaterra por conservar su integridad territorial—desde entonces, con suficientes visos a autofragmentarse—y debido al embate fratricida de las guerras carlistas en la Península.

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Adiós a David Brading

Por: Enrique Sada Sandoval Conocí a David Brading en otoño del 2008. Nunca esperé hacerlo más allá del papel y la tinta ese año. Me tocaba tomar vuelo para presentar una novela histórica, El Brigadier, de la autoría de Jorge Zarzosa Garza (Que en paz descanse) en Reino Unido y más formalmente en la Embajada de México en España. Aun y cuando el primer destino era cumplir con la agenda en Madrid, había que hacer escala en el Aeropuerto de Heathrow en Londres, partiendo de la Ciudad de México por British Airways. En lo que caminamos hasta la sala de abordaje, platicaba justamente con un amigo sobre la obra de Brading y lo valiosa que era en el marco del llamado Bicentenario “oficial” de la Independencia—en realidad, de la primera insurrección autonomista fallida de la que derivaron otras independentistas, también fallidas—y el primer Centenario de la “Revolución mexicana”, según la retórica gobiernista y comodina de siempre. De pronto, girando hacia un puesto de libros y revistas se encontraba Brading en compañía de su esposa, Celia Wu. Ante el asombro, me acerqué para saludarlo y presentarme. Para mi mayor asombro, fue doña Celia quien me reconoció por el nombre; esto es, por haber publicado un ensayo en la Revista 20/10: Memoria de las revoluciones en México en el mismo Volumen que su esposo. Charlamos largamente antes de emprender el mismo vuelo, sin desaprovechar la oportunidad de que nos tomaran un par de fotos juntos. Su amabilidad y la de Celia resultaron más que generosas, puesto que me permitió en primera instancia abordar a uno de mis íconos con una familiaridad insospechada que después habría de continuar a través de algunos correos que intercambiamos durante años. Aunque nacido en Londres, en el barrio de Ilford, como hombre que amaba y conocía entrañablemente a México—casi tanto como si fuera su país—hablaba un español bastante fluido, como su mujer que era peruana, por lo que su idioma quedó automáticamente rebasado durante nuestras conversaciones. Autor de obras clásicas como Orbe indiano, Mito y profecía en la Historia de México, Haciendas y ranchos en el Bajío mexicano, Iglesia y Estado en México Borbónico, o su inigualable Mineros y comerciantes en el México borbónico (1763-1810) que me acompañó durante el Posdoctorado en Historia del Norte de México, Brading se abrió paso haciendo algo que muchos investigadores en nuestro país suelen temer hacer: Historia académica sin miramientos y zambullirse en archivos virreinales. Especializado en la Nueva España y el México del siglo XIX, como profesional sentó cátedra ahondando en las raíces de nuestra identidad mestiza tanto como el corolario ideológico con que a la postre se configuraría nuestra mexicanidad a partir de la Independencia respecto a la vieja España peninsular. Sin cortapisas y contraviniendo los discursos de bronce tan propios del sistema político mexicano—y aún el de otros países—afirmaba como la grandeza del Virreinato terminó decayendo por obra del despotismo borbónico, sobre todo a partir del mitificado Carlos III; como la Independencia no fue un mal sino una necesidad imperiosa para los novohispanos buscando sobrevivir el amago de aquella decadencia; como Agustín de Iturbide era el verdadero Padre de la Patria y el Libertador de México y sobre todo, como después de la emancipación de la Madre Patria, a lo largo del siglo XIX tanto en México y el resto de Hispanoamérica sobrevivió un sentimiento fidelista hacia España que no entraba en conflicto con la identidad de estas nuevas naciones que todavía miraban con esperanza al otro lado del mar algún tipo de unión hasta la década de 1870. Planeamos entrevistarlo hace dos años el Dr. Carlos Silva Cázares y yo, pero el grave deterioro en su salud no permitió este proyecto. En un país como el nuestro, donde la Historia sigue siendo manipulada u omitida con tal de intentar legitimar regímenes y personajes criminales, sacrificando la verdad, Brading se sostiene como un gran ejemplo a seguir para la mayoría de los historiadores mexicanos a la hora de abordar los hechos sin bandererías políticas ni intereses mezquinos, y, sobre todo: sin la cobardía de no poder decir o publicar abiertamente que el pasto es verde, como diría Chesterton. Descanse en paz.

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Cagayan: indios tlaxcaltecas contra samuráis.

Por Enrique Sada Dentro del imaginario al que corresponde el mito de la Conquista, según la impostura del Smithsonian en México—a través de la Secretaría de Educación Pública como su filial de adoctrinamiento—donde se vilipendia por igual tanto a los españoles como a los indígenas vencedores de la tiranía sanguinolenta de los aztecas, suele omitirse que uno de los capítulos más gloriosos de nuestra Historia lo es el de aquella etapa de gestación de nuestra identidad nacional mestiza como lo fue el Virreinato. Y a su vez, entre sus páginas doradas nos encontramos nada menos que lo que fue la expansión y conquista que peninsulares y demás etnias nativas hicieron juntos hacia el norte del continente (conquistando hasta Alaska), y al sur del mismo, en el señorío de los Atahualpas (con la conquista del Perú). Sin embargo, muy pocos imaginan que este mismo espíritu emprendedor llegaría más allá de los mares, como en su momento lo fue laconquista y fundación de las Filipinas, que recibirán su nombre en honor al Emperador hispano Felipe II, gracias a la iniciativa de Miguel López de Legazpi, Alcalde de la Ciudad de México, junto con tropa formada por tlaxcaltecas. A partir del año de 1574 las costas de Filipinas fueron atacadas contantemente por corsarios japoneses hasta que el Gobernador de Manila solicitó los servicios Juan Pablo de Carrión: veterano de guerra asturiano que a sus 64 años de edad arma la defensa contra Tay Fusa; famoso pirata japonés que tenía tiempo asolando aquellas costas. Carrión armó un batallón con 7 embarcaciones con 40 efectivos peninsulares en tanto el resto fueron tlaxcaltecas veteranos de las guerras chichimecas, una tropa considerable de novohispanos, indios sangleyes y tagalos entrenados en el arte militar peninsular, dotados con el ixcahuipilli mesoamericano que—como aporte tlaxcalteca—también usaban los soldados españoles como protección. La flotilla de Carrión tomó el Rio Tajo para interceptar las fuerzas de Tay Fusa que disponía 18 embarcaciones y 800 piratas japoneses, chinos, alayos, coreanos y varios samuráis sin señor (ronín). Pronto los hombres de Carrión descubren una embarcación de Tay Fusa e intentan abordarla, pero los piratas japoneses rechazan el ataque y contratacan abordando la embarcación. Carrión ordena a sus soldados que formen en la popa de la nave un escuadrón con todos los piqueros adelante y los arcabuceros en la retaguardia en tanto al apercibirse de la superioridad numérica de los piratas, los novohispanos cortan la cuerda o driza de la vela mayor de la embarcación, misma que cae sobre el combés de la galera, formando un parapeto o trinchera natural desde la cual los arcabuceros logran disparar con protección y precisión. A partir de este momento la lucha se vuelve encarnizada puesto que tlaxcaltecas y españoles hacen resistencia frontal, emprendiendo combate cuerpo a cuerpo contra los corsos nipones a quienes logran rechazar y poner en fuga. La lucha inició con gran número de descargas de artillería de ambos bandos, prolongándose durante varias horas hasta arrojar saldo de 200 piratas muertos en batalla y una docena de soldados hispanos e indígenas caídos en la línea de defensa. Para entonces, era más que evidente que la táctica novohispana era superior a la de los japoneses pese a la gran desventaja numérica, llegando incluso a embarruntar sus picas con cebo en la punta para evitar que fueran tomadas por los nipones. Ante el desastre, Tay Fusa intenta negociar su retirada con Carrión pidiendo se le indemnizara en oro sus pérdidas, algo a lo que el asturiano no estaba dispuesto por considerarlo indigno, por lo insistió en que se retirara de Filipinas, reanudando la lucha. Al momento de la última batalla se agotó por completo la pólvora entre ambos bandos, por lo que reanudaron el combate directo, cuerpo a cuerpo, en la costa hasta que Tay Fusa ordenó la retirada con sus combatientes, siendo perseguidos por los valerosos tlaxcaltecas, tagalos y peninsulares que lograron una victoria heroica, pacificando la región por más deun siglo.

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Dinamita, Durango: esplendor de un siglo.

Por Enrique Sada Sandoval Para poder hablar de las manifestaciones de la vida social al igual que de lo que se pudiera entender como el pensamiento ordinario de la gente desde su cotidianidad, como diría Pilar Gonzalbo en su Historia de la cotidianidad, cabe subrayar que uno y otro vendrán a configurarse a partir del entorno inmediato o del medio geofísico en el cual tanto los individuos como las sociedades tienden a desarrollarse. Tal es el caso de un poblado como Dinamita, Durango; al igual que Abisinia, El Siete, El Durazno La Mina y tantas otras comunidades que se han logrado asentar y desarrollar históricamente en torno a la legendaria Sierra del Sarnoso y sus linderos; mismos que a pie, desde la adolescencia y tras muchas noches de acampada entre sus cañones, manantiales y petrograbados, aprendí a recorrer tanto como a querer entrañablemente. Franqueado históricamente por los municipios de Mapimí en su estribación norte, por Lerdo y León Guzmán en su estribación sur-poniente, por Gómez Palacio (bajo cuyo rango político pertenece) y Tlahualilo en el oriente y norte, este poblado se encuentra enmarcado dentro del Bolsón de Mapimí en la gran extensión que a su vez delimita el Desierto de la Biósfera de Chihuahua; surgido durante la etapa del Virreinato de la Nueva España a partir de múltiples prospecciones mineras—aún existen minas españolas abandonadas que dan testimonio de lo anterior en este sitio—emprendidas tras el descubrimiento muy cercano de la célebre Mina de la Ojuela, este poblado cobrará importancia primero por tratarse nada menos que de tierra sagrada para las muchas tribus bárbaras del norte de México como los cocoyomes, tobosos, rarámuris y tepehuanes que la solían  procurarla ya como coto de abastecimiento de caza y de aguas al igual que como antiguo centro ceremonial cuyos vestigios—pese al abandono de las autoridades locales y el vandalismo de lo peor de nuestra sociedad—todavía pueden encontrarse diseminados desde las faldas del imponente Cerro de la Chiche con su distintivo picacho reconocible a kilómetros desde Coahuila y Durango, hasta los Cerros Colorados y desde las estribaciones de la Sierra del Rosario llegando a Jacales y hasta el Cañón del Sarnoso. Posteriormente, y muy probablemente teniendo como primeros exploradores peninsulares a algunos miembros de las fuerzas expedicionarias de Nuño de Guzmán a su paso durante el siglo XVI, será la búsqueda de riqueza en sus entrañas y alrededores lo que hará de este sitio un lugar de abastecimiento de oro y plata que irá mermando en cantidad a lo largo del tiempo, tras el estallido de la Revolución Mexicana, y ante el enorme afluente de aguas subterráneas que sobreabundan a pocos metros de sus cerros y valles no del todo explorados en algunas partes, y en donde la profusión de jabalíes, venados y otras especies permitieron el asentamiento pronto en derredor de lo que a la postre trascendería como los límites de la famosa Mina de La Colorada. Pero también será un lugar que pese a lo anterior permitirá el asentamiento y el mestizaje armónico entre mexicanos y extranjeros, entre mineros sajones e hispanos, entre mestizos de este suelo y negros provenientes de los Estados Unidos De los jabalíes, los venados, el oro y la plata ahora solo queda el recuerdo—algo que todavía solían referir sus pobladores saliendo de misa en el templo dedicado a Santa Bárbara, patrona de mineros y fusileros, en la década de los noventas—y  algunos vestigios de prosperidad en lo que fuera su Mercado, su Panteón y hasta su Cárcel todavía pueden adivinarse, independiente de las explotaciones marmoleras o del de la Compañía de explosivos y químicos Austin-Bacis que le ha brindado también su lugar al pueblo que sobrevive de algún modo, mientras los hijos de su suelo buscan otras fortunas más allá del terruño que es la Matria que les vio nacer. Tierra de leyendas enclavada en torno a montes y valles con enormes figuras pétreas tan caprichosas como el Cerro de la Vela, el Pichacho Colorado, el Cerro de la Chiche o el mítico Cerro del Sarnoso en cuyas noches todavía cabalgan en el viento las antiguas tribus nómadas aguerridas, los peninsulares huyendo de la Independencia tras esconder sus fabulosos tesoros y las huestes del bandolero Machado todavía depositan el fruto de sus robos y los restos de sus víctimas en alguna cueva cuando sus habitantes se reúnen a compartir las consejas que—desde la cotidianidad más inmediata—escucharon de sus abuelos acompañados de cerveza o de sotol alrededor del fuego; voces y recuerdos cuya memoria merece ser rescatada como lo ha hecho Miguel Amaranto desde las breves páginas de Dinamita. Esplendor de un nuevo siglo, libro que por su oportuna aparición tanto como por el material y las fuentes inéditas que consigna, merece ya, desde el momento mismo en el que sale de la imprenta, una Segunda Edición, como herencia para futuras generaciones.

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Tlaxcaltecas en la Conquista del Perú.

Por: Enrique Sada Sandoval Desde la historiografía oficial, desde su óptica miope y centralista, mucho se ha focalizado sobre la gran participación de la etnia tlaxcalteca como nación conquistadora en el centro de México y, hasta cierto punto, en lo que respecta al norte del país y el sur de los Estados Unidos de Norteamérica. Es un lugar común, y tema bastante abordado tanto por los historiadores académicos como por los típicos mercenarios al servicio del sistema político mexicano, encasquillándose estos últimos en lo que respecta a la caída de Tenochtitlan. Sin embargo, si algo ha pasado de largo para quienes han pretendido imponer una visión única desde la retórica oropelesca de la «historia de bronce», ignoran por lo general que la contribución tlaxcalteca no sólo se limitó a nuestro país y al del vecino del norte, puesto que también se expandió más allá de las fronteras de lo que ahora conocemos como Mesoamérica. Fue gracias a esto que, las autoridades virreinales en la capital de este nuevo reino, acudieron a sus servicios como colonizadores y combatientes a la hora de abrirse paso hacia el Septentrión, donde fundan villas y ciudades prósperas como San Esteban de la Nueva Tlaxcala en Santiago del Saltillo; San Miguel de Mezquitic en el Altiplano potosino; San Juan del Río en Querétaro, Colotlán en la Nueva Galicia (Jalisco) y Ciudad Real (San Cristóbal de las Casas) en Chiapas, llegando incluso hasta Las Floridas. Sin embargo, más allá de los que se les refiere por su participación en las Guerras chichimecas, que tan bien refiriera el historiador e hispanista norteamericano Philip Powell, muy poco se menciona de su presencia activa en lo que respecta a Guatemala, las Filipinas y la fundación del muy próspero Virreinato del Perú. En cuanto a este último caso, el historiador Cubano-Mexicano Alejandro González Acosta, conforme a documentos virreinales, demuestra cómo entre los participantes en la refundación por parte de los peninsulares de la antigua ciudad de Cuzco —que data del siglo XIII— se ha descubierto un gran número de indígenas tlaxcaltecas, en su mayoría, provenientes de México, con la expedición de Pedro de Alvarado como Adelantado, quien los terminó cediendo a Francisco Pizarro y Diego de Almagro como parte de una transacción militar, estableciéndose y mestizándose con los nativos quechuas, con quienes establecieron una comunidad.   Otra autoridad académica que apuntala este acontecimiento de reciente conocimiento para nosotros, es el que brinda Rosario Navarro Gala, quien haciendo uso de uno de los primeros documentos redactados en castellano en este nuevo Virreinato, como el llamado «Libro de Protocolo del primer Notario Indígena del Cuzco» —mismo en el que se compilaron una serie de documentos oficiales del siglo XVI—, aparece la mención de varios nombres y apellidos de indígenas establecidos a los que se reconoce e identifica como «Mexicano». De hecho, nombres y reconocimientos como tales se les hace inmediatamente a partir del nombre, sobre todo en documentos legales y en Fes de Bautismo, Matrimonios y Defunciones en donde, previamente, se consignan como apostilla al acontecimiento o celebración que se ha llevado a cabo su identidad en breve como «Capitán Pedro Mexicano», «Antonio Mexicano» o «Ylario Arias Mexicano», según la costumbre, propia de los libros sacramentales de la época. Llegados a este punto, es de admirarse cómo, después de haber sido una nación o etnia abusada y explotada por un largo tiempo, y duramente, por la tiranía sanguinolenta del imperio mexica —al igual que otras naciones vencedoras como los tepanecas, tlatelolcas, texcocanos, xochimilcas y varias más—, esta tribu vigorosa desplegó lo mejor de sí misma, destacándose hasta convertirse en un pueblo conquistador y civilizador al poco tiempo del arribo de Hernán Cortés, y del triunfo épico de este último como Capitán General y Conquistador, gracias a las cuatro cabeceras heroicas de Tlaxcala.

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Patrimonio histórico virreinal en peligro:

la Hacienda y Templo de Santa Ana de Hornos Por Enrique Sada Sandoval Como punto de valor histórico y cultural, ubicado en los límites del sur-sur oeste del Estado de Coahuila de Zaragoza en el norte de México, se encuentra el antiguo municipio de Viesca de Bustamante. Teniendo un primer fundo en 1615 cuando el peninsular Juan Guerra de Reza, dueño de la Hacienda de Cedros en Mazapil, hizo reclamo de sus salineras para fines comerciales ante la Corona española, no será sino hasta el año de 1731 cuando oficialice su fundación con toda formalidad y protocolo de la época, como una Villa, bajo la jurisdicción política y religiosa de la próspera Villa de Santa María de las Parras. Sin embargo, dentro de este mismo Municipio se encuentra otro punto histórico más antiguo y de no menor interés histórico y arquitectónico, como lo es la Hacienda y el Templo de Nuestra Señora Santa Ana de los Hornos. Fundada en 1598—justamente al año de la repuebla y fundación oficial de la Villa de Parras, Coahuila—por sacerdotes de la Compañía de Jesús, Hornos o «Los Hornos», como será registrada y conocida por los habitantes de la otrora Nueva Vizcaya, no sólo como propiedad del español Leonardo Zuloaga y doña Luisa Ibarra Goribar—fundadores de Torreón en el siglo XIX—sino también por famosos viajeros y autores religiosos y militares que, con el paso del tiempo, harán visita en este punto como lo hizo el obispo Alonso de la Mota y Escobar, el Mariscal Pedro de Rivera, el obispo Pedro Tamarón y Romeral, el cartógrafo Melchor Núñez de Esquivel, el Caballero Teodoro de Croix como primer Comandante de las Provincias Internas de Oriente, el padre Juan de Morfi y, ya entrado en pleno México Independiente, nada menos que al General norteamericano Lew Wallace, autor de Ben Hur y de la famosa crónica de Una cacería de búfalos en el norte de México—escrita en esta Hacienda—como apoyo militar, enviado por Lincoln, para servir a Benito Juárez en su lucha contra el Segundo Imperio en favor del «Destino Manifiesto». Dotada de una Hacienda hermosa con un enorme patio central, con segundo piso y una torre de vigilancia central, además de entrada para carruajes, Hornos cuenta también con un templo presidido por un hermoso altar barroco con esmalte de oro, aderezado con una cúpula de tipo franciscana y varios óleos antiguos de Arte Sacro—obra de discípulos de Murillo y de Cabrera, al parecer—supo sobrevivir los vaivenes políticos que sacudieron a México desde la llamada «Reforma» hasta la «Revolución mexicana». Sin embargo, lo que no ha podido sortear con éxito en las últimas décadas, ha sido la mano rapaz del hombre y el abandono doloso de las autoridades culturales del Estado y el Municipio. Se supo que sufrió el robo de al menos uno de los óleos que adornaban el templo—de gran tamaño—cuya desaparición se imputaba tanto a los cuidadores del templo como al capricho de la esposa de un ex gobernador. Hace casi dos décadas, tuvo el auxilio de un intento de Patronato que restauró el interior del Templo, el altar, e inició trabajos de rescate y restauración de la famosa hacienda con planes ambiciosos de hacerla Hotel y Museo. Sin embargo, hoy en día, este sitio se enfrenta al peor der los abandonos pese a los ruegos y solicitudes hechos a las autoridades culturales del Estado que, durante 12 años, hicieron oídos sordos y vista ciega a peticiones de intervención necesarias para la conservación de los inmuebles. Ahora, ambos monumentos enfrentan uno de los peores momentos de su historia tras más una década de abandono doloso: la cúpula del Templo presenta fisuras y filtraciones tan diversas como notables que amenazan con el colapso del mismo, poniendo en peligro tanto a quienes son oriundos como a visitantes, pues la Iglesia sigue en funciones. Por otra parte, la Hacienda, además de saqueos en su interior, presenta salitre, filtraciones y caída de piezas; en tanto en el exterior de su casco presenta un vergonzoso tanto como peligroso derrumbe—bastante visible—en una de sus grandes ventanas y balcones del segundo piso, lo que evidencia la necesidad de intervención urgente para evitar un mayor desplome y, lo más seguro, el derrumbe completo del segundo piso, con su hermosa y panorámica torre central: única en toda la región.

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