Mango Verde

Nombre del autor:Joselo Fabela

DÍA DE ACCIÓN DE GRACIAS: UNA FIESTA DE ORIGEN HISPÁNICO

Por Enrique Sada Sandoval En la segunda mitad del siglo XIX, concretamente en otoño de 1863, el presidente Abraham Lincoln decretó de manera oficial lo que se conoce como «Thanksgiving Day», o «Día de Acción de Gracias», para celebrarse de manera nacional a partir del último jueves del mes de noviembre, en un intento un tanto desesperado por unificar a un país que se había dividido en dos, debido a las constantes diferencias entre los inhumanos esclavistas sureños y los industriales rapaces del norte. Según el mito convertido en tradición anglosajona, este festejo tan tradicional se remontaría al año de 1621 cuando los primeros colonos ingleses o «peregrinos», que llegaron desde Inglaterra a Plymouth Rock, Massachusetts, en la embarcación del Mayflower, convidaron a los nativos de la tribu Wapanoag a una gran cena en agradecimiento por la ayuda que estos les ofrecieron de manera más que generosa, a partir de su llegada a lo que hoy sería la América del Norte. Según la retórica oficial que se les narra desde las escuelas públicas en el vecino país, luego de padecer una serie de infortunios y escasez de alimentos, los indígenas ayudaron a los ingleses a cazar, pescar y cosechar, incluso, sus propios alimentos; razón más que suficiente como para invitarlos a la mesa como muestra de gratitud. Sin embargo, lo que los norteamericanos y muchos otros tantos fuera de aquel país desconocen, es que este supuesto acontecimiento no fue ni siquiera el primer festejo de Acción celebrado en lo que hoy es territorio estadounidense. En realidad, este discurso a manera de celebración fraterna, más bien parece un intento de copia, impuesto a partir de hechos históricos que por mucho antecedieron a los llamados peregrinos protestantes en Massachusetts; al menos cien años antes de su llegada y haciendo eco de la celebración que sí se llevó a cabo entre indígenas y españoles, cuando el Capitán Pedro Menéndez de Avilés llegó a las costas de la Florida en el año de 1565—donde se encontró con la tribu Timucua—celebrando la primera misa en lo que hoy sería el territorio de San Agustín (Saint Augustine), junto con una cena de agradecimiento a la que seguirían una serie de eventos oficiales entre nativos y europeos, como la creación de un Hospital, escuelas, templos y planos urbanísticos para la fundación de una primera villa, tras frenar los intentos de avance por parte de los franceses en este nuevo territorio, y en la que todos convivieron armónicamente. De hecho, conforme con las reales ordenanzas emitidas por parte de Felipe II, una vez que Menéndez se establece en San Agustín y levanta un fuerte en dicho punto, al enterarse de las incursiones de los galos en nuevo territorio, cabalga en compañía de la tribu de los Satiriwa con quienes ataca Fort Caroline, en lo que hoy se conoce como Jacksonville, obligándolos a capitular, y frenando su avance. Al vencer, y en agradecimiento por su ayuda, el Capitán Menéndez organizó un gran banquete con los indígenas que le ayudaron, y juntos participaron de una misa solemne de Acción de Gracias. Se conoce lo que todos cenaron: cerdo asado, vino español, galletas y garbanzos por el lado europeo; en tanto por parte de los nativos, éstos compartieron pescado, yuca, frijoles y maíz. Hubo música y baile por parte de los españoles con los nativos, misma que alegró aquella cena que, como colofón, terminó nada menos que con la unión matrimonial entre el propio Menéndez y la hermana del Rey de la tribu. Y si otro antecedente hiciera falta, cabe mencionar que para el año de 1598, el Conquistador zacatecano Juan de Oñate llevó a cabo otra Acción de Gracias, igual con los indígenas, con los que tuvo contacto una vez que cruzó el Río Grande por el Paso del Norte, al igual que con los fieles tlaxcaltecas que le acompañaron desde Zacatecas en su aventura rumbo a Nuevo México, organizando una misa solemne junto con una cena y la primera presentación de entretenimiento teatral llevada a cabo en aquel territorio. A diferencia de lo que harían los puritanos ingleses, los conquistadores españoles no masacraron a los nativos ni les dieron cobijas con viruela para matarlos ni los escalparon tampoco; por el contrario, se unieron en matrimonio y fundaron nueva villas, poblados y estancias de ganado y de cultivo juntos. Es muy dudoso que los sajones protestantes compartieran el pan y la sal con aquellos a quienes consideraban inferiores y a quienes les cortarían la cabellera en corto plazo, por lo que esta celebración tardía y con tintes nacionalistas, más pareciera un invento del propio Lincoln y su gabinete con la finalidad doble de evitar en lo posible la separación de los Estados Unidos con los Estados Confederados, al igual que para blanquear su historia y tratar de borrar todos los crímenes perpetrados en contra de los nativos americanos hasta ya entrada la década de 1870.

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EL FRANCÉS LAGUNERO

Por: Miguel Amaranto Hay tantas denominaciones de “Pan francés” como países en el mundo, igual los tamaños y sabores son variopintos. Pero me enfocaré en uno, en el que me interesa; hablaré de este francés calientito que me estoy comiendo con mantequilla y café. Vivo en Torreón desde hace varios años, pero suelo circular por las tres metrópolis que conforman La Laguna, y de cuando en vez voy a respirar aire fresco a sus alrededores; es un modo de recordar mi pueblo peruano: Oyotún. Me considero parte de este lugar y hay un sentimiento de pertenencia recíproca; es por ello que ante cualquier discusión me pongo a los guamazos verbales con cualquier fuereño, si de defender a la Comarca se trata. Me gusta comer, comer rico, porque me gusta sentir el sabor de lo que estoy deglutiendo. Amo el pan desde siempre. Desde niño, el pan ha sido indispensable para mí. Mi madre solía comprar para desayunar, con queso, con huevito frito, con mantequilla, con aguacate… una delicia. Mi amor hacia este bocado me llevó a dejarme seducir por ese pomposo, crujiente y esponjosito francés de esta región. La primera vez que tuve uno en mis manos, lo llevé a casa (en el camino iba haciendo ligeras presiones y soltando; un ritual que me hace sentir, antes de comerlo, lo suave que es) me preparé un café con leche y sumergí un pedazo hasta que se mojara bien. Comí sin ponerle nada, porque quería conocer su sabor sin combinarlo con nada; un manjar. Cuando tuve la oportunidad de salir a otras ciudades, creí que a donde fuera podría encontrar el francés que me enamoró. No quiero menospreciar el pan de otras ciudades, pero ninguno se asemejaba en sabor, al de La Laguna. Cabe mencionar que, en cuanto a la forma, esa peculiaridad de la “rayita” en medio, la tienen la mayoría de panes con esta denominación, y eso tiene un motivo, según la versión que circula acerca de su origen. Se dice que por el año 1703, unos frailes franciscanos que vivían en una región pesquera de Europa, en la que pululaban conchas de caracol, hicieron un pan tratando de imitar la forma de estas conchas, enrollando la masa; por eso su forma. Y, se dice, que 200 años más tarde, don Teófilo Fuentes Cantú, originario de Nuevo León, llegó a San Pedro de las Colonias y fundó la panadería “La Popular”, donde surge esta delicia, para llegar a nuestros tiempos con un sabor tradicional y una receta que se transmite de generación en generación. Entonces me di cuenta que el pan francés de la Comarca es único, y que en otros lugares se le conoce como Pan Lagunero; no por ello la Unesco lo ha declarado “Patrimonio intangible de la humanidad”. Y después de haber caído en las redes de su exquisitez, opté por combinarlo con todo lo que sea posible: Mantequilla y mermelada, con huevitos fritos, con frijoles y queso. Pero nadie va a negar que no hay menudo sin… (Dígalo). Que las capirotadas, sin importar la receta, son una delicia con… (Recuérdelo). Nadie va a negar que la barbacoa, la adobada, las carnitas, el aguacate, no saben igual si no es con… (Saboréelo). Incluso, estarán de acuerdo conmigo que las penas ¡con pan francés!, son buenas. Digo, es un decir.

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ADIÓS, POETA DEL ANDE

Por Socorro Isabel Barrantes Zurita SILENCIOSilencio…esta noche se hancallado las flores;el río no llora entrela piedras ni vuelan las mariposas que se posan en la enredadera…(Frag) LILIAN GOICOCHEA RÍOS La tristeza baja del Ande, cual neblina espesa, gimiendo los cerros. Baja la muerte envuelta en gasa negra, con rápidos pasos se adentra en el cuerpo… Va cayendo el silencio en toda esa existencia, en ese corazón que amó a su tierra como madre pródiga, quien le incitara a versar desde niña.  Cajabamba extiende las alas, besa su terso rostro; quisiera devolverle ese rosa tan bello que brotaba del alma. Cajabamba le llora todo el rocío de su valle y enreda sus cristales en su cabello de seda, en sus ojos verdes, en su trino alegre que alumbró su vida. Cajabamba, querencia total, a quien regresaba siempre, para tomar de  sus aguas, saborear la dulzura, el trigo de las caravanas, previo almuerzo con benditas cecinas. Le contaba notables alegrías y penas inmensas, que sólo ella sabía. La tierra de Cajabamba, su tierra madre, la recibe en su esencia, con honores merecidos, para que desde allí vuelva a germinar su verso florido, su canto agorero, su belleza, su voz, su calma. La toma en sus brazos, a los que ella volvió para el sueño eterno. NO podía descansar este sueño final, en otras entrañas que no sean las de Cajabamba. Su madre, que la trajo al mundo, no sabe que Lilian se fue a nuevos encuentros, con seres queridos en la eternidad.  Mas, presiente el peso de su larga pena, comprende que no volverá a cantar con ella; su Lilian bendita.  ¡Cómo es que se va  a ese otro mar que no deja ver el sol cada nueva mañana!  Fueron sus hijas que adormecieron con ternura su agonía, su angustia en aquellos días de agobio y dolor, dibujando largos e interminables días. Fue el recuerdo de su amado hijo que la vino a ver cada tardecita como un suave viento. Ellas guardan su legado, el patrimonio de inagotable poesía. Ellas con sabio cariño, fueron ofreciendo sus versos, para recordarnos que era una poeta, la que se estaba yendo, para no volver. La Agrupación de Escritoras Norteñas filial Cajamarca, velan ya su sueño final. Le agradecen su obstinado canto de infinitos versos que nos deja Lilian, para difundirlos entre niños, jóvenes, escritores y, aunque las autoridades culturales de Cajamarca ciudad, no hicieron, como casi nunca,  el homenaje necesario a  la grandeza de una genial artista, quien merece descansar en la gloria del Parnaso Literario; valoran y admiran que su Cajabamba si le rinda los honores merecidos. La tristeza baja por el Ande calmo,  llevando el aliento de su andina y amada  POETA

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3 RAZONES PARA NO COMER CHICHARRÓN PRENSADO

Por: Miguel Amaranto Hace varios años salí del Perú, rumbo a un lugar que conocía gracias al chavo del 8 y a las telenovelas que mi madre veía. Sabía que llegaba a un país donde, aunque hablamos el mismo idioma, el lenguaje gastronómico fue difícil comprender en un principio. Llego a México dejando atrás el cebichito de caballa, el sudadito de jurel con su arrocito blanco, el caldito de plátano verde, su arrocito con pato, su cabrito, su lomito saltado, su cebadita para calmar la sed; dejo atrás la gastronomía norteña, lambayecana, oyotunense, para ser preciso. Y caigo en Torreón: nortecito, sol caliente como el de Oyotún, donde cambio el ¡qué, ya! Por el ¿Te cae? Entre otros modismos. Pero dejemos la añoranza, la nostalgia, para enfrascarnos en un alimento que fue la flauta que en encantó a mi serpiente gustativa. En la primera salida que hice en la ciudad, fui a ver asuntos migratorios en el Palacio Federal. Justo antes de entrar, la mamá Magaly me dijo: «Ven, vamos a comer unas gorditas». Qué miércoles son gorditas, me pregunté, y la voz de mi tía Chona me respondió en la memoria: «Qué será pues, hijito; tú come». Como no supe cómo pedir, recurrí a la mamá Magaly para que ella lo hiciera por mí, a su gusto, ya que ella tenía años en esta Comarca. En mi plato vi tres cositas circulares, hechas de harina, planas, pero en su interior tenían un guiso distinto. No supe sus nombres, sólo comí. Después de un breve tiempo, estando ya en la escuela, unos compañeros me invitaron a comer gorditas. Ahora sí presté atención. Repetí lo que mis compañeros decían: «¿De qué tiene, señora?», y de todo lo que mencionó me quedé con lo familiar para mí: Chicharrón. En mi tierra se come su chicharrocinto con su yuquita y su café en el desayuno diminguero. Hoy es lunes, me saldré de la rutina, pensé. —Deme dos—¿Prensado o de peya?—Uno y uno —¿Prensado rojo o verde? Qué roche, pensé, no sé. Pero para no verme tonto, pedí una de cada cual. Comí el de peya, me gustó, está bueno, podría pedirlo en otra ocasión. Comí las de prensado, y mi memoria trajo el saborcito rico de la primera vez. Ya lo había probado, pero apenas lo estaba identificando, apenas lo gocé con entusiasmo. Mi paladar me exigió otra gordita de prensado… el prensado Lagunero. No he probado mejor chicharrón que el de La Laguna. No al menos en los pocos lugares que he visitado. Pero sí mis oídos han probado la confirmación de fuereños, que el prensado de esta tierra es superior al de cualquier otro lado. Por eso mis tres razones para que no comas prensado en La Laguna. 1.- Si tu novia o novio es de La laguna, y te pide visitar su ciudad… ¡Cuidado! Si te ofrece Prensadito, es muy probable que en la siguiente visita ya no vuelvas a tu tierra de origen. 2.- Si no eres de La Laguna, y andas de paso por aquí, no comas prensadito; te va a dar el mal del que los médicos no quieren hablar: gordiprensitis. Es un mal que te da después de probar el chicharrón. La gente tiende a comprar compulsivamente gorditas de chicharrón, congelarlas y así llevarlas a sus casas para poder comer todo el tiempo. Luego buscan la manera de que alguien se las mande. 3.- Nunca, por nada del mundo lo mezcles con frijolitos y/o queso. Con esta combinación te puedes morir, pero de encanto. Digo, es un decir.

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