Por: Miguel Amaranto
Hay tantas denominaciones de “Pan francés” como países en el mundo, igual los tamaños y sabores son variopintos. Pero me enfocaré en uno, en el que me interesa; hablaré de este francés calientito que me estoy comiendo con mantequilla y café.
Vivo en Torreón desde hace varios años, pero suelo circular por las tres metrópolis que conforman La Laguna, y de cuando en vez voy a respirar aire fresco a sus alrededores; es un modo de recordar mi pueblo peruano: Oyotún.
Me considero parte de este lugar y hay un sentimiento de pertenencia recíproca; es por ello que ante cualquier discusión me pongo a los guamazos verbales con cualquier fuereño, si de defender a la Comarca se trata.
Me gusta comer, comer rico, porque me gusta sentir el sabor de lo que estoy deglutiendo. Amo el pan desde siempre. Desde niño, el pan ha sido indispensable para mí. Mi madre solía comprar para desayunar, con queso, con huevito frito, con mantequilla, con aguacate… una delicia. Mi amor hacia este bocado me llevó a dejarme seducir por ese pomposo, crujiente y esponjosito francés de esta región.
La primera vez que tuve uno en mis manos, lo llevé a casa (en el camino iba haciendo ligeras presiones y soltando; un ritual que me hace sentir, antes de comerlo, lo suave que es) me preparé un café con leche y sumergí un pedazo hasta que se mojara bien. Comí sin ponerle nada, porque quería conocer su sabor sin combinarlo con nada; un manjar.
Cuando tuve la oportunidad de salir a otras ciudades, creí que a donde fuera podría encontrar el francés que me enamoró. No quiero menospreciar el pan de otras ciudades, pero ninguno se asemejaba en sabor, al de La Laguna. Cabe mencionar que, en cuanto a la forma, esa peculiaridad de la “rayita” en medio, la tienen la mayoría de panes con esta denominación, y eso tiene un motivo, según la versión que circula acerca de su origen.
Se dice que por el año 1703, unos frailes franciscanos que vivían en una región pesquera de Europa, en la que pululaban conchas de caracol, hicieron un pan tratando de imitar la forma de estas conchas, enrollando la masa; por eso su forma. Y, se dice, que 200 años más tarde, don Teófilo Fuentes Cantú, originario de Nuevo León, llegó a San Pedro de las Colonias y fundó la panadería “La Popular”, donde surge esta delicia, para llegar a nuestros tiempos con un sabor tradicional y una receta que se transmite de generación en generación.
Entonces me di cuenta que el pan francés de la Comarca es único, y que en otros lugares se le conoce como Pan Lagunero; no por ello la Unesco lo ha declarado “Patrimonio intangible de la humanidad”. Y después de haber caído en las redes de su exquisitez, opté por combinarlo con todo lo que sea posible: Mantequilla y mermelada, con huevitos fritos, con frijoles y queso.
Pero nadie va a negar que no hay menudo sin… (Dígalo). Que las capirotadas, sin importar la receta, son una delicia con… (Recuérdelo). Nadie va a negar que la barbacoa, la adobada, las carnitas, el aguacate, no saben igual si no es con… (Saboréelo). Incluso, estarán de acuerdo conmigo que las penas ¡con pan francés!, son buenas.
Digo, es un decir.