Por: L.C.C. Mario Jesús Gaspar Cobarruvias
En México, y en especial en el Estado de Veracruz, es todavía creencia que el primer cabildo o ayuntamiento de América se fundó con la expedición del capitán general extremeño Hernán Cortés hacia el 20 de mayo de 1519, en los arenales frente al islote de San Juan de Ulúa. Sin embargo, dos hechos irrefutables se contraponen a esta creencia que, aún hoy en día, en pleno siglo XXI, es repetida e incluso utilizada como lema de gobierno y de campaña electoral en este país.
La primera es que los españoles, al mando del Almirante Cristóbal Colón, arribaron desde 1492 al continente americano, abordándolo por sus islas del Mar Caribe, trayendo consigo, no sólo barcos, armas de fuego, caballos y frutos, sino también las diversas instituciones que formaban parte y regían su vida cotidiana en la península Ibérica, destacando dos de ellas que permitieron la rápida expansión de la presencia europea y su llegada a tierras mesoamericanas en 1519: la iglesia y el cabildo.
La iglesia dirigía la directriz primaria suprema, que era la evangelización de los distintos pueblos que se iban encontrando en el avance por el Nuevo Mundo, conforme a las creencias que se tenían en el siglo XVI, en una sociedad que apenas estaba saliendo de la Edad Media hacia el espíritu más abierto en ideas del Renacimiento. Pero esa labor fundamental hubiera sido imposible sin la acción gubernamental del cabildo, cuya función era implantar la autoridad de la corona de Castilla en tierras tan lejanas, y, a la vez, representar los intereses de los vecinos que hicieron la travesía interoceánica. Así, se evitaba la propagación de la anarquía en las nuevas tierras descubiertas, al llevar las instituciones encargadas de regir e impartir justicia que ya funcionaban desde siglos antes en los reinos cristianos. De no ser así, se corría el riesgo de que los alzados, a largo plazo, enajenaran territorios que eran reconocidos en Europa como parte del imperio español.
Una armada como la de Cortés, con 11 naves, con alrededor de 600 combatientes y 200 auxiliares africanos e indígenas, organizada en la isla de Cuba y no en España, procedía de un territorio previamente sometido por los españoles, con un orden jurídico bien establecido en pueblos y ciudades. Cortés arribó al Nuevo Mundo en el año de 1504, y fue recibido en la isla de La Española (hoy dividida en los países de República Dominicana y Haití) por el gobernador Nicolás de Ovando. Este puesto indicaba la existencia de una jurisdicción territorial entera con ciudades o villas que se estaban fundando y poblando con gran rapidez; este proceso colonizador se dirigía desde la ciudad de Santo Domingo, fundada en 1502.
El 7 de diciembre de 1508, por cédula real del rey Fernando II, trece de esas poblaciones fueron premiadas con el título de ciudad y con el privilegio de poseer escudo de armas: Santo Domingo, Concepción de La Vega, Santiago, Bonao, Buenaventura, Puerto Plata, San Juan, Compostela, Villanueva de Aquino, Verapaz, Salvaleón, Santa Cruz, Puerto Real y Lares de Guanaba.
Este hecho refuerza la existencia de numerosos cabildos o ayuntamientos en el Nuevo Mundo, mucho antes que el arribo de Cortés en 1519. Este personaje participó, a partir de 1511, en la conquista de la isla de Cuba, bajo el mando de Diego de Velázquez Cuellar, mismo que llegó a ser teniente de gobernador de la isla. Durante su gestión se fundaron 8 nuevas ciudades, siendo el mismo Cortés fundador de la de Santiago de Cuba y su primer alcalde ordinario.
INTEGRACIÓN DE LOS CABILDOS
Los cabildos de españoles en América, eran instituciones basadas en el modelo del municipio libre de Castilla. Fueron creados por una adaptación a un nuevo medio de los ayuntamientos medievales de España, que en ocasiones también habían sido llamados cabildos, en similitud con los cabildos eclesiásticos de las iglesias catedrales. El término cabildo proviene del latín capitulum, «a la cabeza». El nombre completo con que se encabezaba cada uno era «Muy Ilustre Cabildo, Justicia y Regimiento de…».
Su importancia radicaba en que sus funcionarios electos representaban a los pobladores ante los reyes y altos magistrados, aplicando las leyes, decretos, respetando los derechos y privilegios señalados por la ley, o concedidos por provisiones y cédulas reales.
Los cabildos americanos comúnmente convocaban de dos a cuatro regidores en sus inicios, y hasta doce ya bien avanzado el siglo XVI. Ellos elegían a dos alcaldes ordinarios para impartir justicia. El primero de ellos, el alcalde ordinario de primer voto, fue la figura jurídica a partir de la cual se evolucionó, tras diversas transformaciones, ajustes y cambios a lo largo de varios siglos, a la que hoy rige los municipios, y que en países como México se conoce bajo el nombre de presidente o presidenta municipal. Si bien en muchos lugares, en recuerdo de su origen colonial, todavía se le menciona —en forma ya incorrecta— como alcalde o alcaldesa.
Un alcalde (del árabe-hispano, alqáḍi o juez) era, y continúa siendo, un cargo público que se encuentra al frente de la administración pública de una población con rango de ciudad o villa. Su función era impartir justicia y la emisión de bandos aprobados por los regidores, regulando la vida pública de los pobladores dentro de su jurisdicción territorial.
Al ser electos, el alcalde de primer voto representaba a la nobleza, y el de segundo voto al pueblo común. Por ejemplo, al fundarse el cabildo de la Villa Rica de la Vera Cruz en 1519, se conoce que el joven capitán Alonso Hernández de Portocarrero —que era sobrino del conde de Medellín y hombre de confianza de Cortés— fue elegido alcalde ordinario de primer voto, representando a los hidalgos o nobles de baja categoría que, como el propio Cortés, ejercían el mando militar de la expedición. Y en ausencia, al capitán Francisco de Montejo, representando a los centenares de hombres procedentes de las clases bajas y de los más diversos oficios (campesinos, herreros, comerciantes, carpinteros, etc.).
Los alcaldes ordinarios eran la primera instancia para resolver un asunto judicial. Cuando el problema superaba su competencia, la siguiente era el alcalde mayor, especie de juez regional que, a su vez, podía ejercer el mando de un territorio cuando no se daban condiciones para fundar o sostener un cabildo, como sucedió a partir de 1607, cuando el cabildo de la Ciudad de Veracruz —antes Villa Rica de la Vera Cruz— dejó de reunirse en espera de mejores condiciones económicas, sociales y demográficas, para volver a reunirse, como consecuencia del casi total despoblamiento de sus habitantes europeos por la fundación de la ciudad de Nueva Veracruz en 1600. En 1519, este cargo de alcalde mayor fue asumido por Cortés, lo que le dio autoridad judicial además de la militar, que ya poseía, como capitán general.
PRIMER ALCALDE ORDINARIO
Ocasionalmente se nombraban alcaldes para impartir justicia en determinadas circunstancias para villas, palacios y fortalezas de importancia para la corona española. Este último fue el caso del capitán Antonio de Torres, el primero de todos los alcaldes españoles del continente americano.
Este personaje nació en el Reino de Castilla en la segunda mitad del siglo XV. Se desconoce la fecha de nacimiento, pero es probable que fuera originario de Sevilla. Se sabe que pertenecía a una familia ilustre vinculada con la Corte de los Reyes Católicos. Varios de sus antecesores inmediatos habían servido, con importantes títulos de confianza, a los reyes Juan II, Enrique IV y a la familia de la reina Isabel I de Castilla, esposa de Fernando II de Aragón. Su padre Juan Velázquez, era copero real, su hermana Juana de la Torre, ama de cría del príncipe heredero Juan, y su hermano Pedro de Torres se desempeñaba como secretario del mismo príncipe.
Como servidores muy cercanos a los reyes y príncipes, se les conocía como «continos reales», es decir, nobles asalariados de la Corona a los que se les encargaban misiones de confianza; pudiendo obrar como manos y ojos de los reyes en tierras muy lejanas o países hostiles. Como sucedió en América, su lealtad estaba dirigida siempre hacia las personas de los reyes y a cuidar sus intereses, y no hacia los funcionarios que aquellos nombraban.
Antonio de Torres, hacia 1490, estaba casado con una mujer llamada María del Castillo. En 1493 después del regreso del Almirante Cristóbal Colón de su primer viaje de descubrimiento, participó en la organización de la segunda flota bajo el mando del genovés, que regresaría a seguir explorando el Nuevo Mundo. Pero más que nada, para iniciar la colonización y evangelización, comenzando por la isla de La Española, en cuya costa norte se había fundado el Fuerte de la Navidad con 39 hombres que fueron dejados tras el naufragio de la nao Santa María.
La nueva armada constaba de 17 naves (12 carabelas, 3 carabelas de gran porte y 2 naos), transportando unos 1 500 hombres y mujeres de la nobleza, el estado llano y los más diversos oficios; además de los primeros caballos y soldados. Fue guiada por Cristóbal Colón pero bajo el mando de Antonio de Torres, quien fue nombrado capitán general de esta flota. Gozaba de la confianza plena de los Reyes Católicos, y, extrañamente, del mismo Almirante Colón, quien siempre recelaba de los funcionarios reales puestos para supervisar sus progresos. Torres, además era capitán de la nao capitana donde viajaba Colón, la llamada «Marigalante».
Bien pertrechada, la segunda flota colombina partió del puerto de Cádiz el 25 de septiembre de 1493, e hizo escala el 2 de octubre en la isla de la Gran Canaria. Arribaron a las Antillas Menores el 3 de noviembre. El 22 del mismo mes avistan y comprueban que el Fuerte de la Navidad ha sido destruido por rencillas con los indígenas a causa de riñas y el trato a las mujeres. Por lo que Colón tomó la decisión de fundar su base de operaciones al oriente en la misma costa, en un sitio que parecía tener condiciones apropiadas. Pero que en realidad fue escogido porque la flota no podía permanecer demasiado tiempo en el Nuevo Mundo, porque debía regresar con oro y productos a España, bajo el riesgo de aumentar los costos de la expedición cada día que pasara, hasta hacerla insostenible como inversión para la corona y los particulares que la habían financiado.
El 19 de diciembre llegaron a un llano junto al río Bajibonico, y tras reconocerlo, decidieron establecer la nueva población al día siguiente. Del 21 al 23 desembarcaron tripulantes, armas y pertrechos, creando un campamento provisional. El 24 se iniciaron los trabajos de construcción de varios edificios de piedra, ya que hallaron excelente material de cantería. Se levantaron la iglesia, el gran almacén de alimentos y municiones, la casa-fuerte, que sería la residencia del Almirante y también virrey Cristóbal Colón con sus hombres de confianza; así como un muro de piedra y puestos de vigía para prevenir ataques de los indígenas de un poblado cercano.
No obstante, salvo el incidente desgraciado del Fuerte de la Navidad, los indígenas del cacique amigo de Colón mantuvieron durante meses una relación cordial con los recién llegados, entablando un activo comercio de oro, alimentos y visitándose con regularidad.
La fundación de la primera villa española —no ciudad— del continente americano, se realizó en ceremonia pública el día 6 de enero de 1494. Fue llamada La Isabela, en honor de la reina Isabel, quien fuera la mayor y más firme patrocinadora y defensora del proyecto colombino. Se ofició la primera misa continental con 13 sacerdotes, y se nombró al capitán general Antonio de Torres como su alcalde ordinario, sin mencionarse nombres de regidores ni de un alcalde representante del pueblo común. Se entiende que el nombramiento fue para asegurar la autoridad real en el lugar, y elevar, desde su nacimiento, la categoría de la población, como capital de la provincia que estaba comenzando a nacer en la isla de La Española, la cual estaba siendo circunnavegada en su totalidad en esos momentos.
El nombramiento de un noble, que a su vez era el jefe de la flota, contribuyó a establecer paz entre los pobladores, donde había un número significativo de caballeros y escuderos armados, representando al ejército de los reyes, damas y sus criados. Además de ejercer un contrapeso para la autoridad, no siempre bien aceptada del Almirante Colón.
Poco se sabe de las gestiones de Torres en esas primeras semanas de 1494, pero se entiende que debieron estar divididas entre asegurar la existencia de la villa y preparar la flota para su regreso a España. Estaba en la mejor época de su vida, y se le definía como «persona notable, prudente y hábil para tal cargo».
El siguiente 12 de febrero, Torres se hizo a la mar con las 12 carabelas de la flota, dejando en La Isabela las 5 naves restantes, y 900 hombres y mujeres aproximadamente. Dejó la promesa de regresar lo más pronto posible con naves y provisiones que comenzaban a escasear o que necesitaban reponerse, como el vino. Llevaba los informes de varios personajes y la orden de Colón de entregar, sólo en las manos de los Reyes Católicos, su informe personal; un documento conocido ahora como el MEMORIAL DE CRISTÓBAL COLÓN PARA LOS REYES CATÓLICOS, firmado el día 30 de enero.
Se trata de una síntesis de datos geográficos, avisos de exploración buscando oro, consejos para economizar en los futuros refuerzos, sobre el problema de los indígenas reducidos por primera vez a la esclavitud y, sobre todo, una larga lista de peticiones para reabastecer a La Isabela antes del mes de mayo. Tan urgente era esto, que Colón autorizaba en secreto a Torres, utilizar parte del oro que enviaba a los Reyes Católicos para comprar con él lo necesario, y las naves con las que regresaría al Nuevo Mundo. No fue necesario, pues ya estaba alistada una flota de 4 barcos al mando de Bartolomé Colón, que partió en auxilio de su hermano, llegando a La Isabela hasta el mes de noviembre de 1494. Torres, tras cumplir con informar en persona a los monarcas, viajaba también en esta flota.
Torres regresó a Europa el 24 de febrero de 1495. Entre su cargamento figuraban 500 indios capturados que Colón enviaba a España para venderlos como esclavos, de los que sólo sobrevivieron 330 al viaje trasatlántico. También estaban algunos descontentos como Bernal de Pisa, contador real de La Isabela, y Diego Colón, hermano del Almirante, para defender su causa. Por todos estos detalles, es notorio que Antonio de Torres no retomó su cargo como alcalde ordinario, a pesar de haber sido mencionado esto por Colón en su MEMORIAL, y confirmado por los Reyes Católicos, a quienes no dejó de informar acerca del desarrollo de la exploración y colonización del Nuevo Mundo —al que aún creían parte de Asia— y, sobre todo, de que en La Isabela había «hambre, epidemias y miedo a un ataque indígena».
En 1497, gracias a su excelente desempeño, fue considerado para reemplazar al obispo Juan Rodríguez de Fonseca, como responsable máximo de las armadas hacia América. Ya era casi un hecho, pues en la instrucción del 15 de junio de 1497 se dan indicaciones para Colón, organizando su tercer viaje de descubrimiento, y a Torres como responsable de los asuntos de las Indias. Pero como le sucediera al mismo Colón antes de las Capitulaciones de Santa Fe, Torres pidió «tantas condiciones y preeminencias», que cayó temporalmente en desgracia ante los reyes, y estos dejaron nuevamente a Fonseca en el cargo.
Estudiando el contexto social y cómo se desarrollaron los viajes colombinos, se entiende que los riesgos de la aventura oceánica eran tantos y las recompensas eran pocas, o no siempre proporcionales al esfuerzo o al status social de la persona, que las exigencias de títulos, privilegios y rentas compensaban en parte tantas penurias si se sobrevivía lo suficiente.
En el viaje se podía fallecer por naufragios, enfermedades, hambre y a causa de la pésima administración del virrey Colón, también por muerte de guerra a manos de los furiosos nativos, o asesinado por las de los pendencieros colonos españoles, cuyo respeto por la autoridad fue impuesto a costa de mucho trabajo por los funcionarios reales y las autoridades municipales.
En octubre de 1498, los Reyes nombraron a Antonio de Torres ahora como regidor de la ciudad castellana de Ávila. También encabezó una misión diplomática a Francia y formó parte de una comisión encargada de determinar los límites geográficos establecidos por el Tratado de Tordesillas, que dividía el mundo conocido entre España y Portugal.
Entre 1500 y 1501, se desempeñó con éxito como veedor en las islas Canarias y la costa del norte de África. El 22 de noviembre tomó posesión como alcalde de la fortaleza de Santa Cruz de la Mar Pequeña, y el 4 de febrero de 1502 fue nombrado gobernador de la isla de Gran Canaria, en sustitución de Lope Sánchez de Valenzuela. Murió meses después al naufragar su barco en la travesía de regreso a Cádiz, el 24 de octubre de 1502.
Aunque existe otra versión que fue escrita por Fray Bartolomé de las Casas en su obra HISTORIA DE LAS INDIAS: cuenta que Torres participó nuevamente como capitán general de la flota que llevó al gobernador Nicolás de Ovando a La Española en 1502. Después de una navegación accidentada por una tormenta, llegó a su destino, y en julio del mismo año emprendió el regreso a España, llevando como pasajeros a los conocidos enemigos de Colón: Francisco de Bobadilla y Francisco Roldán Jiménez.
PRIMER ALCALDE MAYOR
Francisco Roldán Jiménez fue también contino de origen noble como Torres, pero perteneciente al servicio de un gran señor, en este caso el virrey Cristóbal Colón. Arribó en la expedición de 1494 como su mayordomo, y fue también proveedor de la armada. Con el tiempo, fue nombrado alcalde ordinario de La Isabela, tras la partida de Torres, y después alcalde mayor de La Española. Fue promotor de una gran rebelión contra el Almirante y sus hermanos entre 1497 y 1499. Alzó a casi toda la isla contra ellos, consiguiéndolo a través de promesas y alianzas con los indios.
Colón tuvo que pactar con él, otorgando sueldos, tierras y libertad para regresar a España a sus colonos. A estos les permitió usar a los nativos para su servicio personal y unirse a las taínas, ante la falta de suficientes mujeres europeas. Las cartas de queja que envío a los reyes y las encomiendas que le arrancó a Colón, fueron el inicio del fin del monopolio que éste ejercía sobre las nuevas tierras, en las que destacó como excelente navegante, pero notable mal y despótico administrador.
A Francisco Roldán se le puede considerar el segundo alcalde ordinario y el primer alcalde mayor del continente americano.
Una gran tormenta se abatió sobre aquella flota, hundiendo 20 de 30 naves cuando atravesaban el peligroso Paso de la Mona, que es un canal de las Antillas que separa la República Dominicana de Puerto Rico y conecta el mar Caribe con el océano Atlántico. Es una zona muy conocida por sus fuertes vientos, gran oleaje, zonas de gran profundidad e historial sísmico anual. Entre los barcos que se hundieron, estaba la nao capitana donde viajaban Bobadilla y Roldán junto con Antonio de Torres.
Años más tarde, cuando las expediciones españolas llegaron a tierra continental americana, hacia el 20 de septiembre de 1510, se fundó la villa de Santa María de La Antigua del Darién. Fueron elegidos como alcalde mayor del territorio, el bachiller Martín Fernández de Enciso, y como alcaldes ordinarios los expedicionarios Vasco Núñez de Balboa y Benito Palazuelos, teniendo como regidores a Juan Valdivia y Diego Albítez. Ellos fueron los primeros europeos en ocupar puestos de autoridad municipal en tierra firme, nueve años antes del arribo de Cortés a las playas de Veracruz.
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