Vergüenza olímpica.
Por Enrique Sada Sandoval Repugnante y de muy bajo presupuesto es como se puede definir la Ceremonia de apertura a las Olimpiadas del 2024, llevadas a cabo en Francia, teniendo por sede a la ciudad de Paris. Lo que pudo ser un gran espectáculo, digno de uno de los eventos históricos deportivos más importantes por su realización cíclica, terminó siendo un triste espectáculo autodegradado, tanto por las autoridades del país como por aquellos a quienes designaron para que montaran dicha inauguración. Fuera de la hermosa Salma Hayek y la aparición simpática de Snoop Dogg alternándose la antorcha olímpica—curiosa costumbre ideada y establecida originalmente por Joseph Goebbels como Ministro de Propaganda para las Olimpiadas de la Alemania Nacional Socialista de 1936—la ceremonia, y lo que va del evento, han dejado mucho que desear, generando repudio generalizado debido a una serie de controversias innecesarias que pudieron haberse evitado. Uno de los sucesos más lamentables fue el trato indigno y rupestre que se dio a los artistas de Conservatorio que integraban la Orquesta, elegidos como virtuosos, para interpretar parte del repertorio inaugural, a quienes se les obligó a presentarse de manera irrespetuosa a la inclemencia de la lluvia que suele ser bastante usual durante estas fechas; mismos a los que se expuso a padecer esta inclemencia con todo y sus instrumentos valiosos tanto como delicados, dotándoles solamente de bolsas de plástico transparente para cubrirse, pues no merecieron siquiera un modesto toldo por parte de las autoridades parisinas. Otro gesto de mal gusto dentro de esta ceremonia fue el hacer nada menos que apología del crimen y la violencia, iniciando todo con un montaje patético en que se mofaban del feminicidio de la Reina María Antonieta de Habsburgo, esposa de Luis XVI, a quien se presentó guillotinada, con su cabeza parlante en el regazo: preludio de una de las etapas más oscuras de la historia de Francia como lo fue el Terror jacobino con Robespierre. El culmen del absurdo fue la grotesca e innecesaria burla a la celebración de la Eucaristía, con una parodia hecha por comediantes travestidos (cosa que nada tiene que ver con el deporte) y que, como era de esperarse, fue lo que más repudio generó, hasta el grado de que el evento perdiera patrocinadores al día siguiente. Sin embargo, lo impensable fue que esta burla directa contra la Cristiandad tuvo un intento de apoyo por parte de algunos «tontos útiles» o «idiots útiles», como dijera Stalin, que quisieron oficiar como historiadores del Arte y trataron de vender que se trataba de una parodia a una obra de Van Biljert, aunque quedaron en ridículo una vez que los mismos «artistas« a quienes defendieron, admitieron públicamente que sí se trataba de un ataque a Cristo y a la Última Cena, como reconoció y publicó la misma Barbara Butch, que presidió esa triste representación. Las respuestas de rechazo general no se hicieron esperar. El célebre Cardenal Burke, desde el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe en Wisconsin refirió que: «Fuimos testigos de una manifestación increíble de la oscuridad y del pecado en nuestro mundo: la abominable burla de la Sagrada Eucaristía en su Institución para la inauguración de los Juegos Olímpicos de verano en París. Es difícil imaginar algo más degradado y blasfemo». Por su parte, Alain Finkelkraut, el famoso filósofo agnóstico francés, sentenció: «Fue un espectáculo grotesco que, desde las drag queen hasta Imagine, y desde la celebración de la sororidad hasta la decapitación de María Antonieta—una de las páginas más «gloriosas» de nuestra historia—desplegó piadosamente todos los estereotipos de la época. Patrick Boucheron (historiador, catedrático del Collège de France) tiene razón en una cosa: el genio francés brilló por su ausencia…entre la horrible coreografía de Lady Gaga y los dolorosos exhibicionismos de Philippe Katerine, ¿dónde estaba el gusto, la gracia, la ligereza, la delicadeza, la elegancia, incluso la belleza? La belleza ya no existe. Tras esa velada apocalíptica, me hice creyente». También se degradó a la mujer en los hechos. Más allá de la burla a María Antonieta, se permitió que en Boxeo femenil el argelino Imane Khlelif, que se autopercibe como «mujer», noqueara en 46 segundos a su contrincante italiana Angela Carini, en lo que ha sido hasta el momento, calificada ya—por su marxismo cultural—como la Olimpiada más vergonzosa de la Historia.
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