Por: Enrique Sada Sandoval Desde la historiografía oficial, desde su óptica miope y centralista, mucho se ha focalizado sobre la gran participación de la etnia tlaxcalteca como nación conquistadora en el centro de México y, hasta cierto punto, en lo que respecta al norte del país y el sur de los Estados Unidos de Norteamérica. Es un lugar común, y tema bastante abordado tanto por los historiadores académicos como por los típicos mercenarios al servicio del sistema político mexicano, encasquillándose estos últimos en lo que respecta a la caída de Tenochtitlan. Sin embargo, si algo ha pasado de largo para quienes han pretendido imponer una visión única desde la retórica oropelesca de la «historia de bronce», ignoran por lo general que la contribución tlaxcalteca no sólo se limitó a nuestro país y al del vecino del norte, puesto que también se expandió más allá de las fronteras de lo que ahora conocemos como Mesoamérica. Fue gracias a esto que, las autoridades virreinales en la capital de este nuevo reino, acudieron a sus servicios como colonizadores y combatientes a la hora de abrirse paso hacia el Septentrión, donde fundan villas y ciudades prósperas como San Esteban de la Nueva Tlaxcala en Santiago del Saltillo; San Miguel de Mezquitic en el Altiplano potosino; San Juan del Río en Querétaro, Colotlán en la Nueva Galicia (Jalisco) y Ciudad Real (San Cristóbal de las Casas) en Chiapas, llegando incluso hasta Las Floridas. Sin embargo, más allá de los que se les refiere por su participación en las Guerras chichimecas, que tan bien refiriera el historiador e hispanista norteamericano Philip Powell, muy poco se menciona de su presencia activa en lo que respecta a Guatemala, las Filipinas y la fundación del muy próspero Virreinato del Perú. En cuanto a este último caso, el historiador Cubano-Mexicano Alejandro González Acosta, conforme a documentos virreinales, demuestra cómo entre los participantes en la refundación por parte de los peninsulares de la antigua ciudad de Cuzco —que data del siglo XIII— se ha descubierto un gran número de indígenas tlaxcaltecas, en su mayoría, provenientes de México, con la expedición de Pedro de Alvarado como Adelantado, quien los terminó cediendo a Francisco Pizarro y Diego de Almagro como parte de una transacción militar, estableciéndose y mestizándose con los nativos quechuas, con quienes establecieron una comunidad. Otra autoridad académica que apuntala este acontecimiento de reciente conocimiento para nosotros, es el que brinda Rosario Navarro Gala, quien haciendo uso de uno de los primeros documentos redactados en castellano en este nuevo Virreinato, como el llamado «Libro de Protocolo del primer Notario Indígena del Cuzco» —mismo en el que se compilaron una serie de documentos oficiales del siglo XVI—, aparece la mención de varios nombres y apellidos de indígenas establecidos a los que se reconoce e identifica como «Mexicano». De hecho, nombres y reconocimientos como tales se les hace inmediatamente a partir del nombre, sobre todo en documentos legales y en Fes de Bautismo, Matrimonios y Defunciones en donde, previamente, se consignan como apostilla al acontecimiento o celebración que se ha llevado a cabo su identidad en breve como «Capitán Pedro Mexicano», «Antonio Mexicano» o «Ylario Arias Mexicano», según la costumbre, propia de los libros sacramentales de la época. Llegados a este punto, es de admirarse cómo, después de haber sido una nación o etnia abusada y explotada por un largo tiempo, y duramente, por la tiranía sanguinolenta del imperio mexica —al igual que otras naciones vencedoras como los tepanecas, tlatelolcas, texcocanos, xochimilcas y varias más—, esta tribu vigorosa desplegó lo mejor de sí misma, destacándose hasta convertirse en un pueblo conquistador y civilizador al poco tiempo del arribo de Hernán Cortés, y del triunfo épico de este último como Capitán General y Conquistador, gracias a las cuatro cabeceras heroicas de Tlaxcala.