Mango Verde

Historia de México

El odio a lo mexicano

«Si un mexicano  odia lo español, se odia a si mismo». Miguel León Portilla. Uno de los fenómenos políticos más importantes del siglo XX y en los que menos se ha reparado es el ocaso del Imperio Británico. A la par que el fin del Imperio Ruso y la elevación de la tiranía socialista soviética, la desconfiguración de esta  hegemonía supuso en su momento un duro golpe al poderío y dignidad de la nación que se enseñoreaba todavía como “reina de los mares” en el marco de la Segunda Guerra Mundial. Para lograr sobrellevar esta decadencia en sus instituciones y sobre todo entre sus ciudadanos, Reino Unido se vio orillado a recurrir a dos herramientas para salvaguardar lo posible a través de la gobernanza y la retórica. En el primer caso, a través de una mancomunidad de naciones de habla inglesa, la Comonwealth, sobre las que fueron sus antiguas colonias con el fomento de vínculos comerciales e identitarios en estos nuevos países independientes; y en segundo lugar, a través del relanzamiento de la Leyenda negra antihispana en la que en vez de reparar en las antiguas glorias inglesas se enfatizaba el mito de la supuesta crueldad y oscurantismo del Imperio español en América y en el mundo, con lo que se recalentaba también una nueva entrega de odio con racismo sistematizado—muy mal disimulado—contra el mestizaje, la religiosidad católica y los grandes frutos que esta mezcla logró brindar a lo largo de trescientos años de civilización y hermanamiento a la cultura occidental. Esta embestida de propaganda oficial se diseñó para ser diseminada a través de dos frentes: en el viejo y en el nuevo mundo a partir de la década de los veintes. Desde el gobierno británico sobre España, a través de aislamiento diplomático e impresos en el primer caso, en tanto por la vía del Smithsonian como institución cultural de gobierno en los Estados Unidos de Norteamérica. De este caldo de cultivo abrevaron varios regímenes políticos en ambos lados del mar haciendo sentir sus efectos; ya sea a través de apoyo contra el bando nacionalista durante la Guerra Civil española como lo hizo Stalin directamente o el gobierno norteamericano a través de la Brigada Abraham Lincoln; y en México el régimen de la “revolución  triunfante” con asesinatos y persecusiones antirreligiosas que duraron hasta 1941, además de la imposición de la educación socialista desde la Máxima Casa de Esudios del país. En nuestro país, una de las medidas oficiales para justificar esto fue la publicación de pasquines donde se endiosaba un falso indigenismo etnólatra y centralista en detrimento de las 200 naciones indígenas existentes, de la herencia mestiza y las tradiciones religiosas a través de la cultura financiada por el gobierno como es el caso de los murales de Diego Rivera en contra de la epopeya de la Conquista y el Virreinato donde el cretinismo doloso le hizo reproducir, con muy buena paga, desde crueldades inexistentes hasta los desvaríos archirefutados del gran mitómano esclavista que fue Bartolomé de las Casas. El odio contra lo español se tradujo a su vez en odio hacia todo lo mexicano, no solo en nuestro país, como era de esperarse, puesto que si los hijos propios de aquella gran mezcla de los hispano peninsular y lo nativo americano no fueron capaces de advertir que esto era en detrimento de su población, los hijos de Inglaterra al norte del Río Bravo sí se los hicieron saber a través de linchamientos públicos tanto como medidas discriminatorias impuestas desde establecimientos, hoteles y negocios donde públicamente se les negaba entrada o servicio a mexicanos, españoles y negros por igual hasta la promulgación de los Derechos Civiles en el año de 1970. En México por desgracia, esta estela de adoctrinamiento burdo ha persistido hasta la fecha tanto en el imaginario del ciudadano común como en el discurso oficial de los distintos gobiernos y regímenes que desde entonces apuestan a la desmemoria histórica para lucrar, solo desde la retórica hueca, con supuestos agravios contra indígenas muertos para olvidarse de los indígenas que viven y de la nación mestiza a la que deberían representar.

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Los irlandeses que murieron mexicanos (II Parte).

En cuanto tuvo conocimiento del campamento militar estadounidense sobre el Río Bravo, el General Pedro Ampudia, Comandante de la División mexicana del Norte, llegó rápidamente a la zona con refuerzos de 2,400 efectivos, no sin antes ordenar la impresión de varios volantes en inglés que pasaron de contrabando al campamento estadounidense. Dirigido «A los ingleses e irlandeses del ejército del General Taylor», Ampudia protestaba contra la agresión estadounidense e invitaba a los soldados a desertar en los siguientes términos: «Recuerden que nacieron en Gran Bretaña, que el gobierno estadounidense mira con frialdad la poderosa bandera de San Jorge y está provocando hasta que truene al pueblo guerrero al que pertenece; el presidente Polk está manifestando con desafío el deseo de tomar posesión de Oregon, como ya ha hecho con Tejas. Así pues, vengan con toda confianza a las filas mexicanas». El intento de Ampudia hizo eco en muchos, siendo uno de los primeros desertores en cruzar el río Bravo un irlandés llamado John O’Riley, conocido a la postre como John Riley o Juan Reily, quien se convirtió en leyenda viva al debutar como jefe del Heroico Batallón de San Patricio. En cuanto a Riley, las fuentes de la época lo describen como un individuo musculoso de hombros anchos, de un metro con ochenta y siete centímetros de altura, cabello oscuro, ojos azules y tez rubicunda, que había servido en los ejércitos de tres países: Gran Bretaña, Estados Unidos y México. Un domingo 12 de abril, Riley consiguió permiso de sus superiores para asistir a una misa ofrecida por un sacerdote de Matamoros, pero nunca volvió a su unidad y fue reportado como desertor. Dos años y medio después, Riley refirió que se le había dado a elegir entre unirse al Ejército Mexicano del Norte o ser fusilado, por lo que escogió la primera opción y fue comisionado como primer Teniente de la artillería donde recibió su espada como distintivo, y arma, portada por los oficiales de rango: «Desde abril de 1846, cuando me separé de las fuerzas norteamericanas […] he servido constantemente bajo la bandera mexicana. En Matamoros formé una compañía de 48 hombres». Para julio de 1847 los integrantes del Batallón de San Patricio ascendían a más de 200. Aunque esta unidad la conformaban en su mayoría desertores del ejército estadounidense —tanto nacidos en Estados Unidos como inmigrantes europeos—, entre sus miembros había extranjeros residentes en México, ciudadanos británicos y, como hemos dicho, veteranos de las guerras napoleónicas. Este Cuerpo combatió bajo una bandera propia con diversas variantes según parece: Riley refirió que la bandera verde esmeralda tenía la imagen de San Patricio, con un trébol en el anverso y la mítica arpa de Erin en el reverso. Mientras un corresponsal norteamericano la describió hecha de seda verde con un arpa bordada y el escudo de armas mexicano con las palabras «Libertad por la República Mexicana», y bajo el arpa la leyenda «Erin go Bragh» (Irlanda por siempre). Samuel Chamberlain la recordaba como: «Una hermosa bandera de seda verde ondeaba sobre sus cabezas; en ella brillaba una cruz plateada y un arpa dorada, bordadas por las manos de las bondadosas monjas de San Luis Potosí». Su primera batalla ocurrió en el pueblo de Matamoros sobre el margen del Río Bravo, de donde marcharon para asistir a la ciudad de Monterrey en su defensa. Mientras Taylor ocupaba Monterrey, la defección de tropas alentadas por el ejemplo de los san patricios se convirtió en un grave problema, como refirió el mayor Luther Giddings respecto a cincuenta desertores: «A éstos el enemigo [los] recibió con alegría y alistó rápidamente en sus filas, donde sirvieron con un coraje y fidelidad que nunca habían exhibido en las nuestras. Sin duda, el más humilde del batallón de San Patricio fue honrado con mucha consideración por los mexicanos». Y es que el Ejército estadounidense fue culpable de estas deserciones en tanto practicaba una política de discriminación brutal contra los Católicos, pues la soldadesca protestante alentaba la profanación de imágenes religiosas y vandalismo contra los templos en suelo mexicano, además de violaciones de mujeres y el pillaje de bienes eclesiásticos que era ampliamente permitido por los oficiales del Ejército invasor.

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Los irlandeses que murieron mexicanos (1 Parte)

Para Stephen Murray, orgulloso mexicano e irlandés; y para los honorables miembros de la Orden de San Patricio. Entre el devenir de los tiempos—por encima de la mitomanía de la «historia oficial»—existe un capítulo glorioso en la memoria mexicana y que, no obstante, permanece bajo un manto pesado de conveniente olvido para el sistema político y para todos los gobiernos emanados a partir de la «Revolución triunfante». Este episodio nacional es tan digno de ser recordado con orgullo como en su momento lo fue el nombre común de aquel puñado de hombres valerosos que, no conformes con unirse contra todo pronóstico al bando de la libertad y la justicia, todavía logró atraer detrás de sí lo mismo a compatriotas suyos que a otros extranjeros para luchar juntos bajo el pabellón trigarante en contra de la nación de las barras y las estrellas, durante la invasión de 1847. Los antecedentes son del todo conocidos en ambos países. Tras la derrota ominosa de Santa Anna en la batalla de San Jacinto y la firma de los llamados Tratados de Velazco en 1836, el Gobierno Mexicano había permanecido indolente ante la pérdida de la provincia de Tejas, misma que abarcaba desde el Río Nueces hasta la Louisiana. Lejos de adoptar una política pragmática como lo hiciera Gran Bretaña al reconocer a Tejas como país (en aras de evitar su anexión a los Estados Unidos) o de recuperar por la fuerza lo que por legítimo derecho correspondía a la nación, la clase política se mantuvo cruzada de brazos hasta que sucedió lo previsible: en 1845, Tejas se anexa como una estrella más de la Unión Americana. Este hecho hizo que las relaciones entre México y los Estados Unidos se volvieran más tirantes, y prepararon el camino inevitable hacia una guerra que sólo necesitaría cualquier provocación mínima para detonar. En este caso, dicha provocación sería provista por el esclavista presidente James Knox Polk, para justificar por medio de la agresión más vil sus pretensiones expansionistas sobre México. Como consecuencia de lo anterior, estalló en San Luís Potosí una revolución que se pretendía monarquista con el General Mariano Paredes y Arrillaga como jefe, quien veía como traición inminente cualquier intento de negociación o arreglo territorial con el vecino país. Para evitarlo, pretendía reestablecer una Monarquía Constitucional que sustituyera orgánicamente a la débil y desacreditada república mexicana, bajo el impulso liberal del Infante Don Enrique de Borbón quien, con apoyo militar de España, Inglaterra y otras potencias europeas, pondría, en teoría, un alto a la voracidad criminal de los Estados Unidos de Norteamérica en contra de nuestro país. Sin embargo, el arribo de Paredes a la presidencia de la República fue tan breve que justo cuando convocaba a un Congreso para analizar el cambio de sistema de gobierno, pese al consenso popular a favor en este mismo sentido, fue derrocado por la rebelión federalista dirigida por Valentín Gómez Farías quien, contando de antemano con el apoyo económico de Washington y al grito de «¡Contra el Príncipe extranjero!», mandó a traer de vuelta a Santa Anna del exilio. La intervención norteamericana fue tan evidente en este vergonzoso episodio que el mismo gobierno estadounidense no sólo le flanqueó el bloqueo naval para que pudiera ingresar al país: asumió todos los gastos para hacer volver al jalapeño a México, a través del agente Alejandro Atocha, con las fatales consecuencias que habrían de acontecer posteriormente. Mientras esto ocurría, en enero de 1846 en el extremo norte, el general Zachary Taylor marchaba al suroeste de Texas, por órdenes del presidente Polk, donde comandaba un ejército estadounidense de 3,900 hombres —algunos incluso veteranos destacados de las guerras napoleónicas— de los cuales la mitad habían nacido en Irlanda, Gran Bretaña o Europa occidental. Los hombres de Taylor construyeron como provocación una fortaleza sobre la ribera izquierda del río Bravo, frente a Matamoros, donde existía una base militar mexicana. El 25 de abril de 1846 una unidad de la caballería mexicana atacó a una estadounidense que se introdujo en territorio mexicano, dando muerte a once angloamericanos, hiriendo a seis y tomando prisioneros a 63. Taylor envió la noticia urgentemente a Washington, donde Polk usó el incidente que él mismo había preparado para poder declarar la guerra que tanto deseaba, e intentar justificarse ante la opinión pública.

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CANICULA DE LA IMAGINERIA

Por: Saúl Rosales Según los escasos recursos de la memoria ya erosionada, todavía a mediados del siglo XX, entre gente que se integraba a la vida urbana en la comarca lagunera, persistían rasgos de antiguas costumbres que, a su vez, realimentaban a las peculiaridades de residentes de pasado similar. Sobre todo la gente del pueblo, con su habla y sus costumbres, llegaba atraída por una bonanza promisoria que empezaba a dejar de serlo. En el habla y otras manifestaciones de antiguos y recientes inmigrantes aparecía y reaparecía la creencia de que el fenómeno conocido como canícula era algo amenazador, terrible. Era un tema de intercambio entre la población de la comarca, quizás imprescindible por las altas temperaturas de la región. Ahora, tras decenios de desarrollo urbano y cosmopolitismo promovido por la televisión y otros medios, la canícula ya no es pensada como amenaza, como secuencia de días aciagos, nefastos, no por los calores intensos sino por la cauda de adversidades que se le imaginaban. Sin embargo, la tradición de que la canícula era una temporada de desdichas quedó mucho y bien asentada en los murales prosísticos, en la suave patria narrada por Agustín Yáñez. La canícula salta de sus relatos cortos y medianos a sus novelas; agobia a los personajes y a sus entornos, los flagela para que los lectores encuentren que la canícula, como se veía en la tradición, era un mito y que sus supuestos efectos no son fatalismos del destino. En los libros Flor de juegos antiguos y Los sentidos al aire, igual que en las hermosas novelas Las tierras flacas y Al filo del agua y en los textos líricos de Por tierras de Nueva Galicia, Yáñez intenta desarraigar de entre las supersticiones populares el mito de que la canícula es tiempo de calamidades. El “mal” de “gota serena” y la canícula son perturbaciones del ánimo de los personajes en un relato del volumen Los sentidos al aire titulado “Gota serena”. La causa y el efecto. La calamidad conocida popularmente con aquel nombre es vivida por el narrador protagonista, un adolescente, como consecuencia de un determinismo ignoto pero ineludible. En cuanto a la forma literaria, a la manera en que lo menciona Poe en la Filosofía de la composición, en las primeras líneas del relato Yáñez sugiere la desdicha inminente. Una voz anónima recomienda: “No vean tanto a la luna: les cae gota serena.” El protagonista narrador pregunta: “Qué es la gota serena […]”. La voz anónima, voz de las supersticiones populares, le responde: “Se quedan ciegos.” (Un poeta italiano escribió que quien miraba el rostro de Lucrecia Borgia se quedaba ciego, fit intuitu caecus.) El relato nos monta en la caravana de un burrero. A bordo viaja la familia rumbo a las sierras del poniente de Guadalajara. También va con ellos el vocablo canícula: “fueron saliendo los miedos enmascarados en pláticas; encabezados por una palabra que no se caía de los labios: la canícula”. Tras la palabra mentaban los males que infestaban las consejas populares. Al propio protagonista la mención del vocablo que no se caía de los labios le parece salmodia fúnebre: “Apareció y se metió en las orejas, y se quedó en los ojos, el espectro de la canícula, repetido de allí en adelante como letanía de difuntos.” El poder invasivo de la palabra le hace decir al adolescente protagonista: “no quise ni pude salir de dudas en lo de la canícula, imaginada como territorio prohibido al que habíamos entrado como a boca de lobo y callejón sin salida”. Como se ve, la canícula considerada un periodo plagado de premoniciones infaustas, de amenazas funestas, de presentimientos infundados, de amagos y peligros ficticios, infesta el relato “Gota serena”, de Agustín Yáñez. Pero es una infestación estética, rebosante de valor literario, de lectura muy grata y enemiga de la imaginería fatalista.Todas las reacciones:

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Vinícola Cuatro Ángeles: orgullo nacional y lagunero

Por Enrique Sada Sandoval Desde la fundación y repuebla del Valle de Parras en el siglo XVI, la historia de la Comarca Lagunera ha venido a escribir una de sus páginas más gloriosas para la historia del norte de México, y ante el resto del mundo, por el cultivo de sus vides, como bien asentara en su momento el Exmo. Sr. Dr Sergio Antonio Corona Páez en su clásica obra La vitivinicultura en el pueblo de Santa María de las Parras: producción de vinos, vinagres y aguardientes bajo el paradigma andaluz (siglos XVII y XVIII). En efecto, gracias al tesón y esfuerzo civilizador en conjunto de españoles peninsulares, indígenas y mestizos como el Conquistador Francisco de Urdiñola, el misionero jesuita Juan Agustín de Espinosa y el Capitán Antón Martín Zapata, es que hasta la fecha nos encontramos con frutos palpables y una tradición que perdura hasta hoy, teniendo en la antigua Vinícola del Marqués de Aguayo a la más antigua de la América Española, al menos desde 1593. Desde entonces, los vinos mexicanos en general compiten con los productos europeos, sudamericanos y norteamericanos sin diferencias en calidad, a la par, quitando mitos y rompiendo paradigmas. Las medallas son testigos de ello, y poco a poco se ve reflejado en el consumidor mexicano que cada vez más opta por estos productos elaborados en el país, volviéndolos sus favoritos; así lo prueban las estadísticas del Consejo Mexicano Vitivinícola, que demuestran que en los últimos lustros la preferencia de vinos mexicanos sobre extranjeros ha venido creciendo y, por lo tanto, estimulando esta noble industria Conforme con esta tradición y legado, la ciudad de Torreón (Coahuila), se ha engalanado a su vez gracias a la presencia de su propia Casa de Vinos como lo es la Vinícola Cuatro Ángeles, que este año ha venido a cosechar un nuevo Premio Internacional en el Concurso Mundial de Bruselas 2024(Concours Mondial de Bruxelles), que es una de las competencias internacionales de mayor prestigio de bebidas alcohólicas, vinos y espirituosos, creada en Bélgica en 1994. Aun y cuando se trata de una Casa Vinícola relativamente joven—que va en su décimo año desde que inició formalmente—ésta cuenta con una vasta experiencia al tener como Socio Fundador a un gran enólogo senior, que es el Decano de los enólogos de Coahuila y uno de los más experimentados en este campo, con 63 años de experiencia y estudios especializados en la Universidad de Davis (California) y en Burdeos (Francia): Don Ángel Morales Morales,  quien ha transmitido técnicas de cuidadosa elaboración a su familia y colaboradores, desarrollando un sistema de trabajo que usa procesos artesanales tradicionales, combinado a su vez con la más moderna tecnología enológica. En cuanto al Premio en Bélgica, el Jurado o panel de cata del concurso está compuesto por expertos reconocidos del mundo vitivinícola de 40 países, los cuales hacen un análisis organoléptico, evaluando color junto con características de aroma y sabor con cata a ciegas. Es decir, los jueces no conocen que producto están evaluando para no dejarse influir por marca, fabricante, etiqueta o diseño, y sólo valoran estrictamente el vino que degustan. Cada Juez evalúa un promedio de 40 vinos por día, y en el presente caso Vinícola Cuatro Ángeles ha ganado nuevamente la Medalla de Plata con su Shiraz, producido nada menos que con uvas del Valle de Parras; siendo ésta la novena medalla que reciben en este y otros concursos internacionales de prestigio. Por otro lado, gracias a que el paladar mexicano se ha vuelto más audaz y experimentado a la hora de aprender a degustar y reconocer la calidad de sus propios vinos, más allá de los tradicionales, como es el caso de esta gran marca lagunera, la industria vitivinícola está detonando el turismo enológico en México con diferentes rutas en otros estados productores como Coahuila, Zacatecas, San Luís Potosí y Aguascalientes. Una de esas rutas es la de Vinos y dinos de Coahuila, que abarca las regiones de Parras, Torreón, Saltillo, General Cepeada, Cuatro Ciénegas, Acuña y Piedras Negras con casas productoras de vino en cada una de ellas. Torreón está dignamente representada por Vinícola Cuatro Ángeles que, a diferencia de las anteriores, ha logrado sobresalir sin el mismo apoyo por parte del Gobierno del Estado, llevando con orgullo su identidad propia—lagunera y coahuilense—más allá de México, para el resto del mundo.

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En memoria del gran Aviador coahuilense: el Capitán Emilio Carranza

Por Enrique Sada Sandoval Este sábado 13 de Julio del 2024, la American Legion, Post 11 de Mount Holly, será sede anfitriona del 97 Servicio Anual en Memoria del Capitán Emilio Carranza Rodríguez (nacido en Ramos Arizpe, Coahuila, el 9 de diciembre de 1905), que cual comenzará a la 1:00 p.m. en el monumento erigido al Capitán Carranza, en el Bosque Estatal Wharton, del municipio de Tabernacle, New Jersey. Nacido el 9 de diciembre de 1905 en la Villa de Ramos Arizpe, Coahuila, cursó primaria en San Antonio, Texas, EUA, porque sus padres Sebastián Carranza y María Rodríguez radicaron ahí a partir de 1911, huyendo de la Revolución. De vuelta a México en 1917, fue acompañante de vuelos junto con su tío Alberto Salinas Carranza, piloto graduado en 1912 en la Escuela de Aviación de Moissan, que había combatido al lado de Francisco I. Madero primero, y después de Venustiano Carranza, su tío, y que en ese tiempo dirigía una escuela de pilotos militares en la capital del país. En 1928, el Gobierno Mexicano le había conferido al Capitán Carranza la honrosa misión de efectuar un vuelo de buena voluntad a Estados Unidos, en reciprocidad al vuelo de buena voluntad de Charles Lindbergh a Ciudad de México, realizado en diciembre de 1927.  Para entonces, el Capitán Carranza había realizado un glorioso vuelo a Washington, DC y luego a la ciudad de Nueva York.  Dondequiera que el joven capitán viajaba, era recibido con entusiasmo y se ganaba la simpatía de miles de personas, tanto para él como para la gran nación a la que representaba.  Tras esta visita de amistad y buena voluntad para con el vecino país del norte, estaba listo para volver a casa. El 12 de julio de 1928, el Capitán Emilio Carranza, miembro destacado de la entonces Armada de Aviación del Ejército Mexicano, recibió la ovación de una enorme multitud reunida en Nueva York, para desearle buen viaje en su proyectado vuelo sin escalas a la Ciudad de México. Sin embargo, debido a fuertes tormentas, su partida fue cancelada por las autoridades aeroportuarias y la Oficina Meteorológica del Aeropuerto Roosevelt Field. Esa misma noche, mientras cenaba, recibió un telegrama que ordenaba su regreso inmediato.  Los funcionarios del aeropuerto no pudieron impedirlo porque el telegrama era una orden militar.  El capitán Carranza preparó su avión y despegó en medio de una tormenta amenazadora. Todo fue bien durante un breve periodo, hasta que, sobre la zona de pinos del sur de Nueva Jersey, apareció una violenta tormenta eléctrica y sus alas plateadas descendieron por última vez. Fuera de la vista de los miles de personas que lo habían recibido y homenajeado, el gallardo Capitán Carranza se estrelló y murió. Cuando el destacamento del Post 11 regresó a Mount Holly, los miembros de la Legión Americana montaron una guardia de honor en torno al cadáver, y más tarde se les unieron miembros del Ejército de los Estados Unidos y de la Policía Estatal de Nueva Jersey. Formaron un círculo alrededor del cuerpo, una valla de honor, hasta que el cuerpo fue entregado a los representantes del Consulado General de México en Nueva York. Un destacamento de Legionarios del Post 11 acompañó el cuerpo en el largo viaje por ferrocarril hasta Ciudad de México para el funeral. Cuando el ataúd de Emilio Carranza salió de Mount Holly para su viaje final a la Ciudad de México, fue cubierto con una bandera de los Estados Unidos del Post 11 de Mount Holly. Esa bandera todavía cuelga hoy en la Escuela Militar de Aviación de la Fuerza Aérea Mexicana Este año marca el 97 servicio conmemorativo anual del Capitán Emilio Carranza; 96 años consecutivos sin falta, no obstaculizados por tormentas tropicales, calor sofocante, o incluso lluvia torrencial (y no, no hay error: aunque han pasado 96 años desde la muerte del Capitán Carranza, antes de que se cumpliese el primer aniversario de su muerte, un servicio memorial adicional se realizó ese mismo año, por eso, aunque este es el 96 aniversario, es el memorial número XCVII).  El Post 11 ha mantenido la promesa de sus antepasados, ha continuado honrando al Capitán Carranza, y ha continuado alimentando su misión de Buena Voluntad durante casi un siglo. Desde entonces, de manera bastante honorable, miembros de la American Legion han mantenido de manera ininterrumpida la promesa hecha por sus antepasados hace 96 años, de nunca olvidar, siempre honrar, y efectuar un servicio cada año en memoria del Capitán Carranza: algo que en nuestro país sigue sin hacerse debidamente.

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EL PUENTE DE LAS ÁNIMAS SOBRE EL CAMINO REAL VERACRUZ-MÉXICO Y SU TÚNEL SUBTERRÁNEO

Texto/Imagen: L.C.C. Mario Jesús Gaspar Cobarruvias El 18 de abril de 1803, el Consulado de Comerciantes de Veracruz inició los trabajos de modernización del Camino Real Viejo que, por el rumbo de La Antigua, se seguía desde 1519 para subir hasta la Ciudad de México. Así como la apertura del camino real Nuevo que, por la región de Paso de Ovejas, garantizaría pasar una región más seca en época de lluvias y en La Ventilla (Puente Nacional), se uniría a la ruta anterior hasta llegar a Perote; donde se enlazaría con la ruta de Puebla. Ese día, dos grupos de trabajadores partieron desde Plan del Río para componer las calzadas y abrir nuevos tramos en los bosques y selvas bajas: uno se dirigió hacia la ciudad amurallada de Veracruz y otro hacia la villa de Xalapa, teniendo como meta unir el camino reparado con las obras que años antes el ayuntamiento xalapaño había realizado en Las Ánimas. Parte de los trabajos que el Consulado de Veracruz desarrolló, fue construir 11 grandes puentes para el cruce del gran río La Antigua y los grandes arroyos menores, afluentes de este río y del de Actopan. Pero también hubo que reparar cuatro puentes de mampostería de piedra que habían sido edificados en el siglo anterior: los dos de Plan del Río que databan de 1758, el del río del Lencero de 1760 y el de Las Ánimas, levantado en la década de 1790 al sur de Xalapa. Este último puente, de un solo arco de pequeñas dimensiones -si se le compara con los otros- se ubicaba sobre el río de fuerte corriente conocido como Santiago o río de Las Ánimas. Esta vía de agua se alimentaba de los arroyos Tatahuicapa y Tenerías, que tenían su origen en el manantial de Techacapan y en la zona de los Berros. Conforme se extendió la mancha urbana y construcciones de Xalapa, recibió más aportes de otras fuentes de agua, así como basura y elementos contaminantes hasta convertirse en un arroyo de aguas residuales. En el siglo XX, la calzada del camino real de Veracruz a México quedó sepultada bajo la carpeta asfáltica de la carretera federal 140 y el puente fue estrechado por los trabajos de ampliación que construyeron el carril de Xalapa a Veracruz. Con ello, quedó totalmente sepultado, fuera de la vista de los habitantes y solo visible si se entra directamente por el lecho del río por el estrecho túnel por donde corren las aguas. LA RELOCALIZACIÓN En 2015 el autor de esta publicación terminó de ubicar y medir los puentes del camino real desde Veracruz hasta Perote, como parte de su proyecto de investigación histórica. Pero en la lista de puentes estaba pendiente el de Las Ánimas. Por ello contactó vía Facebook con el historiador xalapeño Paulo César López Romero, quien respondió: «Estimado. El entorno del puente ha sido tan modificado que no sabría decirte si aún existe. Podría estar «enterrado», sirviendo para estructura hidráulica. O totalmente derrumbado. El puente en cuestión debería estar debajo de un puente peatonal entre la estancia Garnica y la esquina de la calle de acceso al fraccionamiento de «las animas». Una exploración al cauce del río que forma el lago del Fracc. daría la respuesta definitiva.» En uno de sus continuos viajes a Xalapa, avisó a su amigo el técnico dental José Humberto Rodríguez, buen conocedor de la ciudad y sus parajes. Y por la tarde del sábado 17 de mayo de 2015, bajaron al arroyo y se pudo localizar el arco de piedra gracias a que el flash de la cámara del Lic. Mario Gaspar tenia la suficiente potencia para iluminar y captar la estructura desde los 13.20 metros que le separan desde la boca del túnel. Sin embargo, el arroyo tenía suficiente agua para impedir la entrada sin equipo adecuado. En los meses siguientes de 2015 y 2016 regresaron en varias ocasiones con el historiador Paulo César López Romero, el comunicólogo Francisco Marín de Hoyos y el historiador Gustavo Ramos, pero el nivel del agua y la corriente no permitieron aproximarse al arco del puente. Mismo que fue retratado muchas veces y dado a conocer en las redes sociales, no como un hallazgo sino como una aportación más a la historia de Xalapa y del camino real. El 5 de julio de 2020 el Lic. Mario Gaspar conoció al licenciado en turismo Oscar Ortega Gómez durante una excursión por un tramo de la Ruta de Cortés entre Plan del Río y Cerro Gordo. Enterado del trabajo que realizaba, el Lic. Oscar Ortega generosamente ofreció su apoyo con una balsa y el equipo de navegación necesario para ingresar al túnel. En los años anteriores se habían hecho gestiones con diversas personas y organizaciones pero todas quedaron sin respuesta o en la inacción. EXPLORACIÓN Y ESTUDIO El sábado 4 de diciembre de 2021 partió desde la ciudad de Perote la expedición documental CAMINO REAL 2021: DE PEROTE A XALAPA, LA ANTIGUA Y VERACRUZ, que fue organizada, dirigida y guiada por el Lic. Mario Gaspar, con la participación de sus compañeros del equipo de Exploración y Estudio del Camino Real Veracruz-México (EXESCR). Siguiendo el itinerario trazado, debían caminar 243 kilómetros entre el 4 y 21 de diciembre, siguiendo lo más fielmente posible el sendero del camino real, teniendo varias exploraciones a realizar en las semanas de viaje, para las cuales se equiparon adecuadamente. El jueves 9 de diciembre, se hizo el tramo desde la Catedral Metropolitana de Xalapa hasta el puente peatonal de Las Trancas, pasando por Las Ánimas. Avisados previamente de que se iba a realizar la exploración más importante de esta expedición, la fotógrafa Ana María Andrade Rodríguez y el Lic. Mario Gaspar -los dos expedicionarios que estaban realizando el viaje completo- fueron acompañados por el biólogo Alejandro López Atilano y el L.A.E. Helio Castro González hasta que cerca de las 12:00 PM llegaron al paraje donde está sepultado el puente de Las Ánimas. Ahí les esperaba ya el Lic. Oscar Gómez con una

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Mujer, patriota y testigo de su tiempo: las memorias de una Primera dama (II Parte)

Por: Enrique Sada Sandoval Aquellos novohispanos que nacieron en las postrimerías del siglo XVIII y primeras décadas del siglo XIX, incluso ya como mexicanos, heredaron las grafías, usos, y ambivalencias propias (en cuanto a morfología y sintaxis) de un castellano todavía tan cercano a Nebrija y a Quevedo como a su propia cotidianidad, y en un ámbito donde lo fundamental era saber expresarse; primero de manera fluida y después aprender a hacerlo, si es que era posible, por puño y letra a través de la palabra escrita. Lo anterior no debería por lo tanto sorprender a nuestros contemporáneos ni hacernos ver a aquellos hombres y mujeres del siglo antepasado como desfasados: basta recordar que en  Europa y nada menos que en la nación que se autoproclamaba ante el mundo capital y cuna del “Siglo de las luces”, la adopción del francés como idioma oficial o lengua nacional—compartiendo vigencia en ese tiempo con dialectos romances del Medioevo, como el provenzal—no vino a imponerse hasta el reinado de Napoleón III (1852-1870); y que aún en nuestros días, la misma Academia de la Lengua Francesa mantiene una disputa constante respecto a como debieran escribirse o pronunciarse ciertas palabras, cosa que no sucede con la lengua de Cervantes ni con la Real Academia hoy en día. En lo que respecta a los acontecimientos en aquél México convulso que, no obstante su estado, aún deparaba esperanza en el porvenir, las Memorias presentan un retrato hablado, no sólo de la autora, sino de sus paisanos a través de su encuentro con hombres, mujeres, indígenas, religiosos, personalidades de la política, diplomáticos y valerosos hombres de guerra que amaban la paz, como su marido; envueltos en un mismo torbellino, donde las constantes intervenciones de Estados Unidos, ya arrancando la soberanía y dignidad de la Patria a jirones o apoyando a sus protegidos “liberales” en México, con las mismas pretensiones y ofrecimientos territoriales de parte de estos, terminarían por abrir la pauta para que la mayoría de los mexicanos —los liberales moderados y los conservadores— acudieran a Europa para pedir auxilio definitivo contra el Goliat del norte tras la intervención de la Armada Norteamericana  en Veracruz, en Antón Lizardo, salvando a Juárez y su facción, de una derrota definitiva, y haciendo que Miramón y los de su bando perdieran la Guerra de Reforma (guerra entre mexicanos) contra la nación de las barras y las estrellas. Dotada de una prosa rica y propia de una dama educada e inteligente, Concepción Lombardo hace despliegue de ingenio en sus juicios agudos con un toque penetrante y bastante sentido del humor respecto a los personajes con los que, desde su alta posición y cercanía involuntaria, igual que hiciera Madame Calderón de la Barca décadas antes, llegó a entenderse lo mismo en sus paseos por la gran ciudad de los palacios antes que la piqueta de la “Reforma” la mutilara y despojara de trescientos años de esplendor y patrimonio histórico (como señalara Guillermo Tovar y de Teresa), igual que sus repentinos viajes hacia el interior del país en pos de encontrarse con su marido o escapando del asedio de las tropas enemigas y del bandolerismo que infestaba los caminos aquél entonces. Sin lugar a duda, al tratar sobre la viuda y Condesa de Miramón —título nobiliario concedido como reconocimiento por el Vicario de Cristo en 1869— a partir de sus letras nos encontramos con una mujer inteligente, y más aún, ante una mujer de una sola pieza, cuya integridad, congruencia, patriotismo y abnegación en grado heroico la ponen en el mismo pedestal que a su marido y que a los otros dos asesinados aquel 19 de julio de 1867 en el Cerro de las Campanas. Sus Memorias, por lo tanto, constituyen, en una bella nueva edición que también prologamos, no sólo una defensa (como algunos pretenden, para intentar escatimarle valor como fuente) contra la desmemoria histórica y el maniqueísmo oficial de los vencedores, quienes trataron falazmente de cubrir el asesinato del “Joven Macabeo” con una farsa de juicio y la falsa acusación de “traidor a la Patria”, como excusa pueril a lo que en consciencia sabían que era un crimen a todas luces; es también un testimonio para futuras generaciones de mexicanos cuya lectura mueve a la búsqueda de la verdad histórica, más allá de la miopía ideologizada y la impostura política, así como una lección sobre el porvenir en un momento crítico, donde los mexicanos de todos los bandos habían perdido la fe en la posibilidad de resolver sus propias diferencias y problemas: sin duda, una lección que hoy por hoy, a 160 años de la conmemoración de la del Segundo Imperio Mexicano, sigue vigente.

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Mujer, patriota y testigo de su tiempo: las memorias de una Primera dama (I Parte)

Por Enrique Sada En 1867, cuando los restantes miembros del extinto Partido Conservador se acercaron al borde del sepulcro en que se encerraba—entonces se creía que para siempre—el cuerpo de quien fuera un verdadero Niño Héroe, el presidente más joven de la República y patriota valeroso, el General Miguel Miramón Tarelo, con  tímidas palabras se acercaron a su viuda, la señora Concepción Lombardo de Miramón, para manifestarle la enorme pérdida que para México y los conservadores representaba la muerte del «Joven Macabeo». La viuda en un estado de agudeza mental y contemplativa, como relámpago que rompe la quietud y cruza el cielo, simplemente les respondió: «Ustedes también están sepultados dentro de esa tumba». Con estas palabras se cerraba un capítulo extraordinario en la Historia de México, pero se abría, sin duda, el camino hacia la eternidad, así como una pauta para que esta mujer describiera a futuras generaciones como fue su tiempo junto al gran hombre que se había convertido, desde muy joven, en un personaje de leyenda cuya vida estaría entrelazada, hasta el momento de su asesinato, con lo que más amaba: su Patria. Dos años después de cerrarse aquella loza en el Panteón de San Fernando, de manera apasionada y lo más cercana a la verdad histórica, a partir de sus recuerdos íntimos fue que Concepción Lombardo, o simplemente “Concha” para quienes solían tratarla, inició como catarsis un largo recuento de historias y vidas cruzadas a partir de su experiencia en lo que serían sus célebres Memorias empezando por su nacimiento en la capital de un México independiente, en el año de 1835. Sin ser una mujer de letras dedicada al oficio como George Sand,  la presente obra se consagra  como una enorme contribución por parte de la autora en el ámbito de la  historiografía pues se trata no de un simple desahogo personal o una extensa proclama política—algo bastante común en aquellos tiempos—ni de un memorial justificativo y parcial con pretensiones moralistas (como lo hicieran Lucas Alamán, Benito Juárez o el mismo Antonio López de Santa Anna en su momento); por el contrario: la autora se presenta a sí misma desde la verdad infranqueable y nos expone también a aquellos personajes que definieron los destinos de la todavía joven Nación mexicana en un momento crítico, partiendo desde su extensión, usos y costumbres hasta ahondar también en sus virtudes, sucesos y vicios. Ha habido algunos que, de manera superficial  desde el confort y el maniqueísmo que les impone—porque les es cómodo y económicamente redituable—la “historia de bronce”, acusan en nuestra apasionada autora, con recato fingido y actitudes puristas,  parcialidad o hasta un aparente error en la presente autobiografía, como sucede con María Teresa Bermúdez quien en su muy breve reseña a las Memorias de Concepción Lombardo de Miramón, publicada por la revista Nexos en el año de 1990, manifestaba que “desgraciadamente no se corrigió la ortografía”(?) a la hora de publicarlas por vez primera y desde entonces. En el presente caso habría que subrayarle a quien se pretendía crítica no solo su error y la ligereza de esta afirmación sino también el anacronismo en que incurre al emitir una opinión que solo puede justificar su falta de conocimiento histórico al emitir juicio sobre una obra del siglo XIX con la mentalidad del siglo XX, pues las reglas gramaticales que gozamos hoy en lo que a la lengua castellana se refiere, no vinieron a imponerse de manera general y definitiva sino hasta finales del reinado de Isabel II de España en 1869; esto es, hasta ya entrada la segunda mitad del siglo XIX. Aún y cuando los primeros trazos por uniformar la pronunciación y gramática aparecen bajo el Borbonismo tardío del siglo XVIII, con la publicación de la Gramática de la lengua española por la Real Academia de la Lengua en 1771, esta se hace como un intento político centralizador (más que unificador y común) respecto a las muy distintas usanzas, costumbres, palabras y dialectos que imperaban tanto en la misma Madre Patria como en el resto del Imperio que abarcaba un territorio global desde los Virreinatos de América y las Capitanías Generales del Caribe, al igual que otras provincias de ultramar como las Filipinas; y si este primer intento no se generalizó  fue debido a la tirantez que  experimentaba como hegemonía en declive, ocupada en sus guerras contra Francia e Inglaterra por conservar su integridad territorial—desde entonces, con suficientes visos a autofragmentarse—y debido al embate fratricida de las guerras carlistas en la Península.

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UNA DESCRIPCIÓN DE LA BARRANCA DE METLAC EN 1874

Por: Mario Jesús Gaspar Cobarruvias Muchos oficiales franceses que participaron con los contingentes enviados a México, escribieron profusamente en sus Memorias sus vivencias personales a manera de diarios, registrando los grandes eventos y combates donde participaron, y dando sus opiniones del país que estaban conociendo por primera vez. Fueron alrededor de 800 oficiales de infantería y caballería nacidos entre 1795 y 1849, los que vinieron a México entre 1862 y 1864. No todos eran de origen francés; los había austriacos, belgas, húngaros, rumanos, sudaneses entre muchos otros. Uno de ellos, que acompañaba al ejército al mando del general Lorencez en abril de 1862, era el francés Gustave Léon Niox. Él nació el 2 de agosto de 1840 en Provins, y fue hijo de un teniente coronel militar de caballería. Obtuvo una beca para estudiar en el Pritaneo Nacional Militar en 1856. A su salida, en 1861, fue nombrado teniente del 10º Regimiento de infantería. Realizó cursos de capacitación ese mismo año, y poco después, al 2º. Regimiento de Cazadores de África, con quienes se fue a México en marzo de 1862. El 20 de julio de 1911, siendo ya general y encargado del edificio de Los Inválidos, escoltó al ex presidente mexicano Porfirio Díaz hasta la tumba del general Napoleón Bonaparte, a quien el general mexicano admiraba. En 1874 publicó su obra EXPÉDITION DE MEXIQUE, 1861-1867, en la que narró el combate de El Fortín, del día 19 de abril de 1862, donde fue testigo, en su calidad de oficial de caballería. En sus anotaciones describió también la barranca de Villegas, que en ese año ya se conocía también como de Metlac, entre las ciudades veracruzanas de Córdoba y Orizaba: “La Barranca o quebrada de Metlac tiene 100 metros de profundidad; el camino lo cruza haciendo muchas sinuosidades. En México llamamos barrancas a las quebradas con laderas empinadas, más o menos de profundidad, resultado de la acción erosiva de las aguas torrenciales de la estación de lluvias, conmociones geológicas del suelo y, a menudo, también de Tune y el otro causas combinadas. Algunas de estas barrancas son considerables; la de Régla, al norte de La Ciudad de México ofrece los sitios más pintorescos. Las barrancas del Platanar, de Atenquique y Beltrán, que derivan de los Volcanes de Colima, tienen de 1,600 a 1,700 metros de profundidad” (Niox 1874:143) REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Niox, Gustave Léon. Expédition de Mexique, 1861-1867. Librairie Militaire de J. Dumaine, Paris, 1874.

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