Mango Verde

Historia de América

Los irlandeses que murieron mexicanos (1 Parte)

Para Stephen Murray, orgulloso mexicano e irlandés; y para los honorables miembros de la Orden de San Patricio. Entre el devenir de los tiempos—por encima de la mitomanía de la «historia oficial»—existe un capítulo glorioso en la memoria mexicana y que, no obstante, permanece bajo un manto pesado de conveniente olvido para el sistema político y para todos los gobiernos emanados a partir de la «Revolución triunfante». Este episodio nacional es tan digno de ser recordado con orgullo como en su momento lo fue el nombre común de aquel puñado de hombres valerosos que, no conformes con unirse contra todo pronóstico al bando de la libertad y la justicia, todavía logró atraer detrás de sí lo mismo a compatriotas suyos que a otros extranjeros para luchar juntos bajo el pabellón trigarante en contra de la nación de las barras y las estrellas, durante la invasión de 1847. Los antecedentes son del todo conocidos en ambos países. Tras la derrota ominosa de Santa Anna en la batalla de San Jacinto y la firma de los llamados Tratados de Velazco en 1836, el Gobierno Mexicano había permanecido indolente ante la pérdida de la provincia de Tejas, misma que abarcaba desde el Río Nueces hasta la Louisiana. Lejos de adoptar una política pragmática como lo hiciera Gran Bretaña al reconocer a Tejas como país (en aras de evitar su anexión a los Estados Unidos) o de recuperar por la fuerza lo que por legítimo derecho correspondía a la nación, la clase política se mantuvo cruzada de brazos hasta que sucedió lo previsible: en 1845, Tejas se anexa como una estrella más de la Unión Americana. Este hecho hizo que las relaciones entre México y los Estados Unidos se volvieran más tirantes, y prepararon el camino inevitable hacia una guerra que sólo necesitaría cualquier provocación mínima para detonar. En este caso, dicha provocación sería provista por el esclavista presidente James Knox Polk, para justificar por medio de la agresión más vil sus pretensiones expansionistas sobre México. Como consecuencia de lo anterior, estalló en San Luís Potosí una revolución que se pretendía monarquista con el General Mariano Paredes y Arrillaga como jefe, quien veía como traición inminente cualquier intento de negociación o arreglo territorial con el vecino país. Para evitarlo, pretendía reestablecer una Monarquía Constitucional que sustituyera orgánicamente a la débil y desacreditada república mexicana, bajo el impulso liberal del Infante Don Enrique de Borbón quien, con apoyo militar de España, Inglaterra y otras potencias europeas, pondría, en teoría, un alto a la voracidad criminal de los Estados Unidos de Norteamérica en contra de nuestro país. Sin embargo, el arribo de Paredes a la presidencia de la República fue tan breve que justo cuando convocaba a un Congreso para analizar el cambio de sistema de gobierno, pese al consenso popular a favor en este mismo sentido, fue derrocado por la rebelión federalista dirigida por Valentín Gómez Farías quien, contando de antemano con el apoyo económico de Washington y al grito de «¡Contra el Príncipe extranjero!», mandó a traer de vuelta a Santa Anna del exilio. La intervención norteamericana fue tan evidente en este vergonzoso episodio que el mismo gobierno estadounidense no sólo le flanqueó el bloqueo naval para que pudiera ingresar al país: asumió todos los gastos para hacer volver al jalapeño a México, a través del agente Alejandro Atocha, con las fatales consecuencias que habrían de acontecer posteriormente. Mientras esto ocurría, en enero de 1846 en el extremo norte, el general Zachary Taylor marchaba al suroeste de Texas, por órdenes del presidente Polk, donde comandaba un ejército estadounidense de 3,900 hombres —algunos incluso veteranos destacados de las guerras napoleónicas— de los cuales la mitad habían nacido en Irlanda, Gran Bretaña o Europa occidental. Los hombres de Taylor construyeron como provocación una fortaleza sobre la ribera izquierda del río Bravo, frente a Matamoros, donde existía una base militar mexicana. El 25 de abril de 1846 una unidad de la caballería mexicana atacó a una estadounidense que se introdujo en territorio mexicano, dando muerte a once angloamericanos, hiriendo a seis y tomando prisioneros a 63. Taylor envió la noticia urgentemente a Washington, donde Polk usó el incidente que él mismo había preparado para poder declarar la guerra que tanto deseaba, e intentar justificarse ante la opinión pública.

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Vinícola Cuatro Ángeles: orgullo nacional y lagunero

Por Enrique Sada Sandoval Desde la fundación y repuebla del Valle de Parras en el siglo XVI, la historia de la Comarca Lagunera ha venido a escribir una de sus páginas más gloriosas para la historia del norte de México, y ante el resto del mundo, por el cultivo de sus vides, como bien asentara en su momento el Exmo. Sr. Dr Sergio Antonio Corona Páez en su clásica obra La vitivinicultura en el pueblo de Santa María de las Parras: producción de vinos, vinagres y aguardientes bajo el paradigma andaluz (siglos XVII y XVIII). En efecto, gracias al tesón y esfuerzo civilizador en conjunto de españoles peninsulares, indígenas y mestizos como el Conquistador Francisco de Urdiñola, el misionero jesuita Juan Agustín de Espinosa y el Capitán Antón Martín Zapata, es que hasta la fecha nos encontramos con frutos palpables y una tradición que perdura hasta hoy, teniendo en la antigua Vinícola del Marqués de Aguayo a la más antigua de la América Española, al menos desde 1593. Desde entonces, los vinos mexicanos en general compiten con los productos europeos, sudamericanos y norteamericanos sin diferencias en calidad, a la par, quitando mitos y rompiendo paradigmas. Las medallas son testigos de ello, y poco a poco se ve reflejado en el consumidor mexicano que cada vez más opta por estos productos elaborados en el país, volviéndolos sus favoritos; así lo prueban las estadísticas del Consejo Mexicano Vitivinícola, que demuestran que en los últimos lustros la preferencia de vinos mexicanos sobre extranjeros ha venido creciendo y, por lo tanto, estimulando esta noble industria Conforme con esta tradición y legado, la ciudad de Torreón (Coahuila), se ha engalanado a su vez gracias a la presencia de su propia Casa de Vinos como lo es la Vinícola Cuatro Ángeles, que este año ha venido a cosechar un nuevo Premio Internacional en el Concurso Mundial de Bruselas 2024(Concours Mondial de Bruxelles), que es una de las competencias internacionales de mayor prestigio de bebidas alcohólicas, vinos y espirituosos, creada en Bélgica en 1994. Aun y cuando se trata de una Casa Vinícola relativamente joven—que va en su décimo año desde que inició formalmente—ésta cuenta con una vasta experiencia al tener como Socio Fundador a un gran enólogo senior, que es el Decano de los enólogos de Coahuila y uno de los más experimentados en este campo, con 63 años de experiencia y estudios especializados en la Universidad de Davis (California) y en Burdeos (Francia): Don Ángel Morales Morales,  quien ha transmitido técnicas de cuidadosa elaboración a su familia y colaboradores, desarrollando un sistema de trabajo que usa procesos artesanales tradicionales, combinado a su vez con la más moderna tecnología enológica. En cuanto al Premio en Bélgica, el Jurado o panel de cata del concurso está compuesto por expertos reconocidos del mundo vitivinícola de 40 países, los cuales hacen un análisis organoléptico, evaluando color junto con características de aroma y sabor con cata a ciegas. Es decir, los jueces no conocen que producto están evaluando para no dejarse influir por marca, fabricante, etiqueta o diseño, y sólo valoran estrictamente el vino que degustan. Cada Juez evalúa un promedio de 40 vinos por día, y en el presente caso Vinícola Cuatro Ángeles ha ganado nuevamente la Medalla de Plata con su Shiraz, producido nada menos que con uvas del Valle de Parras; siendo ésta la novena medalla que reciben en este y otros concursos internacionales de prestigio. Por otro lado, gracias a que el paladar mexicano se ha vuelto más audaz y experimentado a la hora de aprender a degustar y reconocer la calidad de sus propios vinos, más allá de los tradicionales, como es el caso de esta gran marca lagunera, la industria vitivinícola está detonando el turismo enológico en México con diferentes rutas en otros estados productores como Coahuila, Zacatecas, San Luís Potosí y Aguascalientes. Una de esas rutas es la de Vinos y dinos de Coahuila, que abarca las regiones de Parras, Torreón, Saltillo, General Cepeada, Cuatro Ciénegas, Acuña y Piedras Negras con casas productoras de vino en cada una de ellas. Torreón está dignamente representada por Vinícola Cuatro Ángeles que, a diferencia de las anteriores, ha logrado sobresalir sin el mismo apoyo por parte del Gobierno del Estado, llevando con orgullo su identidad propia—lagunera y coahuilense—más allá de México, para el resto del mundo.

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EL PUENTE DE LAS ÁNIMAS SOBRE EL CAMINO REAL VERACRUZ-MÉXICO Y SU TÚNEL SUBTERRÁNEO

Texto/Imagen: L.C.C. Mario Jesús Gaspar Cobarruvias El 18 de abril de 1803, el Consulado de Comerciantes de Veracruz inició los trabajos de modernización del Camino Real Viejo que, por el rumbo de La Antigua, se seguía desde 1519 para subir hasta la Ciudad de México. Así como la apertura del camino real Nuevo que, por la región de Paso de Ovejas, garantizaría pasar una región más seca en época de lluvias y en La Ventilla (Puente Nacional), se uniría a la ruta anterior hasta llegar a Perote; donde se enlazaría con la ruta de Puebla. Ese día, dos grupos de trabajadores partieron desde Plan del Río para componer las calzadas y abrir nuevos tramos en los bosques y selvas bajas: uno se dirigió hacia la ciudad amurallada de Veracruz y otro hacia la villa de Xalapa, teniendo como meta unir el camino reparado con las obras que años antes el ayuntamiento xalapaño había realizado en Las Ánimas. Parte de los trabajos que el Consulado de Veracruz desarrolló, fue construir 11 grandes puentes para el cruce del gran río La Antigua y los grandes arroyos menores, afluentes de este río y del de Actopan. Pero también hubo que reparar cuatro puentes de mampostería de piedra que habían sido edificados en el siglo anterior: los dos de Plan del Río que databan de 1758, el del río del Lencero de 1760 y el de Las Ánimas, levantado en la década de 1790 al sur de Xalapa. Este último puente, de un solo arco de pequeñas dimensiones -si se le compara con los otros- se ubicaba sobre el río de fuerte corriente conocido como Santiago o río de Las Ánimas. Esta vía de agua se alimentaba de los arroyos Tatahuicapa y Tenerías, que tenían su origen en el manantial de Techacapan y en la zona de los Berros. Conforme se extendió la mancha urbana y construcciones de Xalapa, recibió más aportes de otras fuentes de agua, así como basura y elementos contaminantes hasta convertirse en un arroyo de aguas residuales. En el siglo XX, la calzada del camino real de Veracruz a México quedó sepultada bajo la carpeta asfáltica de la carretera federal 140 y el puente fue estrechado por los trabajos de ampliación que construyeron el carril de Xalapa a Veracruz. Con ello, quedó totalmente sepultado, fuera de la vista de los habitantes y solo visible si se entra directamente por el lecho del río por el estrecho túnel por donde corren las aguas. LA RELOCALIZACIÓN En 2015 el autor de esta publicación terminó de ubicar y medir los puentes del camino real desde Veracruz hasta Perote, como parte de su proyecto de investigación histórica. Pero en la lista de puentes estaba pendiente el de Las Ánimas. Por ello contactó vía Facebook con el historiador xalapeño Paulo César López Romero, quien respondió: «Estimado. El entorno del puente ha sido tan modificado que no sabría decirte si aún existe. Podría estar «enterrado», sirviendo para estructura hidráulica. O totalmente derrumbado. El puente en cuestión debería estar debajo de un puente peatonal entre la estancia Garnica y la esquina de la calle de acceso al fraccionamiento de «las animas». Una exploración al cauce del río que forma el lago del Fracc. daría la respuesta definitiva.» En uno de sus continuos viajes a Xalapa, avisó a su amigo el técnico dental José Humberto Rodríguez, buen conocedor de la ciudad y sus parajes. Y por la tarde del sábado 17 de mayo de 2015, bajaron al arroyo y se pudo localizar el arco de piedra gracias a que el flash de la cámara del Lic. Mario Gaspar tenia la suficiente potencia para iluminar y captar la estructura desde los 13.20 metros que le separan desde la boca del túnel. Sin embargo, el arroyo tenía suficiente agua para impedir la entrada sin equipo adecuado. En los meses siguientes de 2015 y 2016 regresaron en varias ocasiones con el historiador Paulo César López Romero, el comunicólogo Francisco Marín de Hoyos y el historiador Gustavo Ramos, pero el nivel del agua y la corriente no permitieron aproximarse al arco del puente. Mismo que fue retratado muchas veces y dado a conocer en las redes sociales, no como un hallazgo sino como una aportación más a la historia de Xalapa y del camino real. El 5 de julio de 2020 el Lic. Mario Gaspar conoció al licenciado en turismo Oscar Ortega Gómez durante una excursión por un tramo de la Ruta de Cortés entre Plan del Río y Cerro Gordo. Enterado del trabajo que realizaba, el Lic. Oscar Ortega generosamente ofreció su apoyo con una balsa y el equipo de navegación necesario para ingresar al túnel. En los años anteriores se habían hecho gestiones con diversas personas y organizaciones pero todas quedaron sin respuesta o en la inacción. EXPLORACIÓN Y ESTUDIO El sábado 4 de diciembre de 2021 partió desde la ciudad de Perote la expedición documental CAMINO REAL 2021: DE PEROTE A XALAPA, LA ANTIGUA Y VERACRUZ, que fue organizada, dirigida y guiada por el Lic. Mario Gaspar, con la participación de sus compañeros del equipo de Exploración y Estudio del Camino Real Veracruz-México (EXESCR). Siguiendo el itinerario trazado, debían caminar 243 kilómetros entre el 4 y 21 de diciembre, siguiendo lo más fielmente posible el sendero del camino real, teniendo varias exploraciones a realizar en las semanas de viaje, para las cuales se equiparon adecuadamente. El jueves 9 de diciembre, se hizo el tramo desde la Catedral Metropolitana de Xalapa hasta el puente peatonal de Las Trancas, pasando por Las Ánimas. Avisados previamente de que se iba a realizar la exploración más importante de esta expedición, la fotógrafa Ana María Andrade Rodríguez y el Lic. Mario Gaspar -los dos expedicionarios que estaban realizando el viaje completo- fueron acompañados por el biólogo Alejandro López Atilano y el L.A.E. Helio Castro González hasta que cerca de las 12:00 PM llegaron al paraje donde está sepultado el puente de Las Ánimas. Ahí les esperaba ya el Lic. Oscar Gómez con una

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Mujer, patriota y testigo de su tiempo: las memorias de una Primera dama (II Parte)

Por: Enrique Sada Sandoval Aquellos novohispanos que nacieron en las postrimerías del siglo XVIII y primeras décadas del siglo XIX, incluso ya como mexicanos, heredaron las grafías, usos, y ambivalencias propias (en cuanto a morfología y sintaxis) de un castellano todavía tan cercano a Nebrija y a Quevedo como a su propia cotidianidad, y en un ámbito donde lo fundamental era saber expresarse; primero de manera fluida y después aprender a hacerlo, si es que era posible, por puño y letra a través de la palabra escrita. Lo anterior no debería por lo tanto sorprender a nuestros contemporáneos ni hacernos ver a aquellos hombres y mujeres del siglo antepasado como desfasados: basta recordar que en  Europa y nada menos que en la nación que se autoproclamaba ante el mundo capital y cuna del “Siglo de las luces”, la adopción del francés como idioma oficial o lengua nacional—compartiendo vigencia en ese tiempo con dialectos romances del Medioevo, como el provenzal—no vino a imponerse hasta el reinado de Napoleón III (1852-1870); y que aún en nuestros días, la misma Academia de la Lengua Francesa mantiene una disputa constante respecto a como debieran escribirse o pronunciarse ciertas palabras, cosa que no sucede con la lengua de Cervantes ni con la Real Academia hoy en día. En lo que respecta a los acontecimientos en aquél México convulso que, no obstante su estado, aún deparaba esperanza en el porvenir, las Memorias presentan un retrato hablado, no sólo de la autora, sino de sus paisanos a través de su encuentro con hombres, mujeres, indígenas, religiosos, personalidades de la política, diplomáticos y valerosos hombres de guerra que amaban la paz, como su marido; envueltos en un mismo torbellino, donde las constantes intervenciones de Estados Unidos, ya arrancando la soberanía y dignidad de la Patria a jirones o apoyando a sus protegidos “liberales” en México, con las mismas pretensiones y ofrecimientos territoriales de parte de estos, terminarían por abrir la pauta para que la mayoría de los mexicanos —los liberales moderados y los conservadores— acudieran a Europa para pedir auxilio definitivo contra el Goliat del norte tras la intervención de la Armada Norteamericana  en Veracruz, en Antón Lizardo, salvando a Juárez y su facción, de una derrota definitiva, y haciendo que Miramón y los de su bando perdieran la Guerra de Reforma (guerra entre mexicanos) contra la nación de las barras y las estrellas. Dotada de una prosa rica y propia de una dama educada e inteligente, Concepción Lombardo hace despliegue de ingenio en sus juicios agudos con un toque penetrante y bastante sentido del humor respecto a los personajes con los que, desde su alta posición y cercanía involuntaria, igual que hiciera Madame Calderón de la Barca décadas antes, llegó a entenderse lo mismo en sus paseos por la gran ciudad de los palacios antes que la piqueta de la “Reforma” la mutilara y despojara de trescientos años de esplendor y patrimonio histórico (como señalara Guillermo Tovar y de Teresa), igual que sus repentinos viajes hacia el interior del país en pos de encontrarse con su marido o escapando del asedio de las tropas enemigas y del bandolerismo que infestaba los caminos aquél entonces. Sin lugar a duda, al tratar sobre la viuda y Condesa de Miramón —título nobiliario concedido como reconocimiento por el Vicario de Cristo en 1869— a partir de sus letras nos encontramos con una mujer inteligente, y más aún, ante una mujer de una sola pieza, cuya integridad, congruencia, patriotismo y abnegación en grado heroico la ponen en el mismo pedestal que a su marido y que a los otros dos asesinados aquel 19 de julio de 1867 en el Cerro de las Campanas. Sus Memorias, por lo tanto, constituyen, en una bella nueva edición que también prologamos, no sólo una defensa (como algunos pretenden, para intentar escatimarle valor como fuente) contra la desmemoria histórica y el maniqueísmo oficial de los vencedores, quienes trataron falazmente de cubrir el asesinato del “Joven Macabeo” con una farsa de juicio y la falsa acusación de “traidor a la Patria”, como excusa pueril a lo que en consciencia sabían que era un crimen a todas luces; es también un testimonio para futuras generaciones de mexicanos cuya lectura mueve a la búsqueda de la verdad histórica, más allá de la miopía ideologizada y la impostura política, así como una lección sobre el porvenir en un momento crítico, donde los mexicanos de todos los bandos habían perdido la fe en la posibilidad de resolver sus propias diferencias y problemas: sin duda, una lección que hoy por hoy, a 160 años de la conmemoración de la del Segundo Imperio Mexicano, sigue vigente.

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UNA DESCRIPCIÓN DE LA BARRANCA DE METLAC EN 1874

Por: Mario Jesús Gaspar Cobarruvias Muchos oficiales franceses que participaron con los contingentes enviados a México, escribieron profusamente en sus Memorias sus vivencias personales a manera de diarios, registrando los grandes eventos y combates donde participaron, y dando sus opiniones del país que estaban conociendo por primera vez. Fueron alrededor de 800 oficiales de infantería y caballería nacidos entre 1795 y 1849, los que vinieron a México entre 1862 y 1864. No todos eran de origen francés; los había austriacos, belgas, húngaros, rumanos, sudaneses entre muchos otros. Uno de ellos, que acompañaba al ejército al mando del general Lorencez en abril de 1862, era el francés Gustave Léon Niox. Él nació el 2 de agosto de 1840 en Provins, y fue hijo de un teniente coronel militar de caballería. Obtuvo una beca para estudiar en el Pritaneo Nacional Militar en 1856. A su salida, en 1861, fue nombrado teniente del 10º Regimiento de infantería. Realizó cursos de capacitación ese mismo año, y poco después, al 2º. Regimiento de Cazadores de África, con quienes se fue a México en marzo de 1862. El 20 de julio de 1911, siendo ya general y encargado del edificio de Los Inválidos, escoltó al ex presidente mexicano Porfirio Díaz hasta la tumba del general Napoleón Bonaparte, a quien el general mexicano admiraba. En 1874 publicó su obra EXPÉDITION DE MEXIQUE, 1861-1867, en la que narró el combate de El Fortín, del día 19 de abril de 1862, donde fue testigo, en su calidad de oficial de caballería. En sus anotaciones describió también la barranca de Villegas, que en ese año ya se conocía también como de Metlac, entre las ciudades veracruzanas de Córdoba y Orizaba: “La Barranca o quebrada de Metlac tiene 100 metros de profundidad; el camino lo cruza haciendo muchas sinuosidades. En México llamamos barrancas a las quebradas con laderas empinadas, más o menos de profundidad, resultado de la acción erosiva de las aguas torrenciales de la estación de lluvias, conmociones geológicas del suelo y, a menudo, también de Tune y el otro causas combinadas. Algunas de estas barrancas son considerables; la de Régla, al norte de La Ciudad de México ofrece los sitios más pintorescos. Las barrancas del Platanar, de Atenquique y Beltrán, que derivan de los Volcanes de Colima, tienen de 1,600 a 1,700 metros de profundidad” (Niox 1874:143) REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Niox, Gustave Léon. Expédition de Mexique, 1861-1867. Librairie Militaire de J. Dumaine, Paris, 1874.

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Dinamita, Durango: esplendor de un siglo.

Por Enrique Sada Sandoval Para poder hablar de las manifestaciones de la vida social al igual que de lo que se pudiera entender como el pensamiento ordinario de la gente desde su cotidianidad, como diría Pilar Gonzalbo en su Historia de la cotidianidad, cabe subrayar que uno y otro vendrán a configurarse a partir del entorno inmediato o del medio geofísico en el cual tanto los individuos como las sociedades tienden a desarrollarse. Tal es el caso de un poblado como Dinamita, Durango; al igual que Abisinia, El Siete, El Durazno La Mina y tantas otras comunidades que se han logrado asentar y desarrollar históricamente en torno a la legendaria Sierra del Sarnoso y sus linderos; mismos que a pie, desde la adolescencia y tras muchas noches de acampada entre sus cañones, manantiales y petrograbados, aprendí a recorrer tanto como a querer entrañablemente. Franqueado históricamente por los municipios de Mapimí en su estribación norte, por Lerdo y León Guzmán en su estribación sur-poniente, por Gómez Palacio (bajo cuyo rango político pertenece) y Tlahualilo en el oriente y norte, este poblado se encuentra enmarcado dentro del Bolsón de Mapimí en la gran extensión que a su vez delimita el Desierto de la Biósfera de Chihuahua; surgido durante la etapa del Virreinato de la Nueva España a partir de múltiples prospecciones mineras—aún existen minas españolas abandonadas que dan testimonio de lo anterior en este sitio—emprendidas tras el descubrimiento muy cercano de la célebre Mina de la Ojuela, este poblado cobrará importancia primero por tratarse nada menos que de tierra sagrada para las muchas tribus bárbaras del norte de México como los cocoyomes, tobosos, rarámuris y tepehuanes que la solían  procurarla ya como coto de abastecimiento de caza y de aguas al igual que como antiguo centro ceremonial cuyos vestigios—pese al abandono de las autoridades locales y el vandalismo de lo peor de nuestra sociedad—todavía pueden encontrarse diseminados desde las faldas del imponente Cerro de la Chiche con su distintivo picacho reconocible a kilómetros desde Coahuila y Durango, hasta los Cerros Colorados y desde las estribaciones de la Sierra del Rosario llegando a Jacales y hasta el Cañón del Sarnoso. Posteriormente, y muy probablemente teniendo como primeros exploradores peninsulares a algunos miembros de las fuerzas expedicionarias de Nuño de Guzmán a su paso durante el siglo XVI, será la búsqueda de riqueza en sus entrañas y alrededores lo que hará de este sitio un lugar de abastecimiento de oro y plata que irá mermando en cantidad a lo largo del tiempo, tras el estallido de la Revolución Mexicana, y ante el enorme afluente de aguas subterráneas que sobreabundan a pocos metros de sus cerros y valles no del todo explorados en algunas partes, y en donde la profusión de jabalíes, venados y otras especies permitieron el asentamiento pronto en derredor de lo que a la postre trascendería como los límites de la famosa Mina de La Colorada. Pero también será un lugar que pese a lo anterior permitirá el asentamiento y el mestizaje armónico entre mexicanos y extranjeros, entre mineros sajones e hispanos, entre mestizos de este suelo y negros provenientes de los Estados Unidos De los jabalíes, los venados, el oro y la plata ahora solo queda el recuerdo—algo que todavía solían referir sus pobladores saliendo de misa en el templo dedicado a Santa Bárbara, patrona de mineros y fusileros, en la década de los noventas—y  algunos vestigios de prosperidad en lo que fuera su Mercado, su Panteón y hasta su Cárcel todavía pueden adivinarse, independiente de las explotaciones marmoleras o del de la Compañía de explosivos y químicos Austin-Bacis que le ha brindado también su lugar al pueblo que sobrevive de algún modo, mientras los hijos de su suelo buscan otras fortunas más allá del terruño que es la Matria que les vio nacer. Tierra de leyendas enclavada en torno a montes y valles con enormes figuras pétreas tan caprichosas como el Cerro de la Vela, el Pichacho Colorado, el Cerro de la Chiche o el mítico Cerro del Sarnoso en cuyas noches todavía cabalgan en el viento las antiguas tribus nómadas aguerridas, los peninsulares huyendo de la Independencia tras esconder sus fabulosos tesoros y las huestes del bandolero Machado todavía depositan el fruto de sus robos y los restos de sus víctimas en alguna cueva cuando sus habitantes se reúnen a compartir las consejas que—desde la cotidianidad más inmediata—escucharon de sus abuelos acompañados de cerveza o de sotol alrededor del fuego; voces y recuerdos cuya memoria merece ser rescatada como lo ha hecho Miguel Amaranto desde las breves páginas de Dinamita. Esplendor de un nuevo siglo, libro que por su oportuna aparición tanto como por el material y las fuentes inéditas que consigna, merece ya, desde el momento mismo en el que sale de la imprenta, una Segunda Edición, como herencia para futuras generaciones.

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SANTA MARÍA DE LA ANTIGUA DEL DARIÉN:

LA PRIMERA CIUDAD ESPAÑOLA DE LA AMÉRICA CONTINENTAL Por: Mario Jesús Gaspar Cobarruvias El 20 de julio de 1515, el rey Fernando II de Aragón, otorgó desde la ciudad española de Burgos, a la villa de Santa María de La Antigua del Darién, fundada hacia el 20 de septiembre de 1510 en el istmo de Panamá, la real cédula que le confirió su Título de Ciudad, escudo de armas, y le confirmó también como sede del primer obispado de la América Continental. De esta forma, esta población, que era también la capital de la provincia de Castilla del Oro, se convirtió en la quinceava ciudad hispanoamericana reconocida jurídicamente por la corona española, así como el primer cabildo dotado de ayuntamiento (edificio de sesiones) y municipio (territorio) de la América Continental; nueve años antes de la fundación de la Villa Rica de la Vera Cruz, hacia el 20 de mayo de 1519. El poblamiento europeo de la América Continental comenzó en la costa norte de Venezuela entre 1500 y 1503, extendiéndose hacia Colombia y la franja del istmo de Panamá hasta 1522. Simultáneamente avanzó en las islas de Cuba y Jamaica, entre 1510 y 1520. Desembocando, finalmente, en la Nueva España a partir de 1519, en que la presencia europea se volvió permanente hasta nuestros días. LOS ANTECEDENTES En 1502, el almirante Cristóbal Colón llegó a las costas de Veragua, en el istmo de Panamá, teniendo siempre como base de partida la isla de La Española (hoy República Domínicana/Haití), y fundó un asentamiento de existencia breve en las costas del Caribe, llamado Belén, que fue destruido por los nativos de la región. Otros emplazamientos en tierra firme del continente, y anteriores a Santa María la Antigua del Darién, fueron el poblado de Nombre de Dios, levantado por Diego de Nicuesa durante su gobernación de Veragua, y el de Santa Cruz, levantado por Alonso de Ojeda durante sus exploraciones en Venezuela, en la efímera gobernación de Coquivacoa, hoy la Guajira, y que duró sólo tres meses. Existió también el fuerte llamado San Sebastián de Urabá, fundado también por Ojeda en el actual territorio de Colombia, y que rápidamente fue abandonado para buscar su traslado a otro lugar más seguro. Ojeda, había partido de regreso a Santo Domingo debido a que la situación se había tornado insostenible en el fuerte de San Sebastián, primer intento de los españoles para establecer una base en la costa Caribe del continente; la zona muy belicosa y malsana. Y de los 300 exploradores iniciales que había llevado Ojeda, quedaban solamente 42 sobrevivientes. El mando de San Sebastián le fue encomendado a Francisco Pizarro, quien debía resistir durante cincuenta días hasta que Ojeda volviera, cosa que nunca sucedió. Como comandante quedó entonces Martín Fernández de Enciso, quien había llegado con algunos refuerzos para tratar de salvar la situación. Fue entonces cuando Vasco Núñez de Balboa sugirió que la población del fuerte se trasladara al oeste del Golfo de Urabá, territorio que conocía por haberlo explorado desde 1501, por ser las tierras más fértiles y menos peligrosas. Al llegar a esa nueva región, los españoles se encontraron con el cacique Cémaco, y hubo fuerte resistencia por parte de los indígenas. Los españoles prometieron entonces a la Virgen de la Antigua, venerada en la ciudad española de Sevilla, que de salir triunfantes en la batalla darían su nombre a la nueva población que querían fundar. También acordaron enviar un romero a Sevilla con joyas y alhajas cuando la situación se enderezase. Es de señalar que esta referencia a la Virgen de La Antigua, en nada se relaciona con el nombre del pueblo veracruzano de La Antigua, pues en este caso y, según la costumbre española, refiere a su mayor antigüedad de 75 años, precediendo a la Nueva Veracruz (hoy ciudad de Veracruz) fundada en 1600. PRIMERA CIUDAD Y PRIMER CABILDO Tras poner en fuga a los indígenas, los españoles convirtieron la choza mayor del poblado en una rústica iglesia, que más tarde sería de mampostería. Este edificio dedicado a la Virgen de La Antigua, sería la primera iglesia de la América Continental, siendo la primera de todo el continente la iglesia principal de la ciudad de Santo Domingo en la isla de La Española (hoy República Dominicana). Inicialmente, el bachiller Martín Fernández de Enciso asumió el cargo de alcalde mayor en virtud de órdenes de las que decía ser acreditado, pero que había perdido en un naufragio. La nueva población fundada hacia el 20 de septiembre de 1510, después de la victoria sobre el cacique Cémaco, se llamó inicialmente La Guardia, y no tuvo fundación formal con acto protocolario y notario, pero fue reconocida ampliamente y sin objeciones por la corona española. El escaso tacto e intolerancia de Enciso para con los soldados, propició que fuera reemplazado por Balboa, y éste convocó en noviembre de 1510 a un cabildo abierto de los vecinos para elegir autoridades. De esta forma, por aclamación popular, Balboa y Benito Palazuelos fueron designados como los dos alcaldes ordinarios, con Juan Valdivia y Diego Albítez como regidores y Bartolomé Hurtado como alguacil. Palazuelos sería sustituido al poco tiempo por Martín Zamudio como alcalde ordinario. Con el paso del tiempo, Balboa ascendería también a los cargos de alcalde mayor, y más tarde a gobernador de la naciente provincia del Darién. Mediante la autoridad que le confirió el nuevo cabildo, rebautizó a la población como Santa María de La Antigua del Darién, y se le considera su verdadero fundador, por encima de Martín Fernández de Enciso. Este cabildo darienita, fue el primero de la América Continental, y, por su forma de actuar, si bien era ilegal para la corona española al carecer de autorización para poblar por parte del virrey Diego Colón, constituyó el primer acto de gobierno democrático en tierra firme. La fundación de La Antigua del Darién tuvo mucho paralelismo con la que Cortés hizo en la Villa Rica de la Vera Cruz, y la experiencia en tierras panameñas fue provechosa para los soldados que,

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ANTONIO DE TORRES, EL PRIMER ALCALDE DEL CONTINENTE AMERICANO

Por: L.C.C. Mario Jesús Gaspar Cobarruvias En México, y en especial en el Estado de Veracruz, es todavía creencia que el primer cabildo o ayuntamiento de América se fundó con la expedición del capitán general extremeño Hernán Cortés hacia el 20 de mayo de 1519, en los arenales frente al islote de San Juan de Ulúa. Sin embargo, dos hechos irrefutables se contraponen a esta creencia que, aún hoy en día, en pleno siglo XXI, es repetida e incluso utilizada como lema de gobierno y de campaña electoral en este país. La primera es que los españoles, al mando del Almirante Cristóbal Colón, arribaron desde 1492 al continente americano, abordándolo por sus islas del Mar Caribe, trayendo consigo, no sólo barcos, armas de fuego, caballos y frutos, sino también las diversas instituciones que formaban parte y regían su vida cotidiana en la península Ibérica, destacando dos de ellas que permitieron la rápida expansión de la presencia europea y su llegada a tierras mesoamericanas en 1519: la iglesia y el cabildo. La iglesia dirigía la directriz primaria suprema, que era la evangelización de los distintos pueblos que se iban encontrando en el avance por el Nuevo Mundo, conforme a las creencias que se tenían en el siglo XVI, en una sociedad que apenas estaba saliendo de la Edad Media hacia el espíritu más abierto en ideas del Renacimiento. Pero esa labor fundamental hubiera sido imposible sin la acción gubernamental del cabildo, cuya función era implantar la autoridad de la corona de Castilla en tierras tan lejanas, y, a la vez, representar los intereses de los vecinos que hicieron la travesía interoceánica. Así, se evitaba la propagación de la anarquía en las nuevas tierras descubiertas, al llevar las instituciones encargadas de regir e impartir justicia que ya funcionaban desde siglos antes en los reinos cristianos. De no ser así, se corría el riesgo de que los alzados, a largo plazo, enajenaran territorios que eran reconocidos en Europa como parte del imperio español. Una armada como la de Cortés, con 11 naves, con alrededor de 600 combatientes y 200 auxiliares africanos e indígenas, organizada en la isla de Cuba y no en España, procedía de un territorio previamente sometido por los españoles, con un orden jurídico bien establecido en pueblos y ciudades. Cortés arribó al Nuevo Mundo en el año de 1504, y fue recibido en la isla de La Española (hoy dividida en los países de República Dominicana y Haití) por el gobernador Nicolás de Ovando. Este puesto indicaba la existencia de una jurisdicción territorial entera con ciudades o villas que se estaban fundando y poblando con gran rapidez; este proceso colonizador se dirigía desde la ciudad de Santo Domingo, fundada en 1502. El 7 de diciembre de 1508, por cédula real del rey Fernando II, trece de esas poblaciones fueron premiadas con el título de ciudad y con el privilegio de poseer escudo de armas: Santo Domingo, Concepción de La Vega, Santiago, Bonao, Buenaventura, Puerto Plata, San Juan, Compostela, Villanueva de Aquino, Verapaz, Salvaleón, Santa Cruz, Puerto Real y Lares de Guanaba. Este hecho refuerza la existencia de numerosos cabildos o ayuntamientos en el Nuevo Mundo, mucho antes que el arribo de Cortés en 1519. Este personaje participó, a partir de 1511, en la conquista de la isla de Cuba, bajo el mando de Diego de Velázquez Cuellar, mismo que llegó a ser teniente de gobernador de la isla. Durante su gestión se fundaron 8 nuevas ciudades, siendo el mismo Cortés fundador de la de Santiago de Cuba y su primer alcalde ordinario. INTEGRACIÓN DE LOS CABILDOS Los cabildos de españoles en América, eran instituciones basadas en el modelo del municipio libre de Castilla. Fueron creados por una adaptación a un nuevo medio de los ayuntamientos medievales de España, que en ocasiones también habían sido llamados cabildos, en similitud con los cabildos eclesiásticos de las iglesias catedrales. El término cabildo proviene del latín capitulum, «a la cabeza». El nombre completo con que se encabezaba cada uno era «Muy Ilustre Cabildo, Justicia y Regimiento de…». Su importancia radicaba en que sus funcionarios electos representaban a los pobladores ante los reyes y altos magistrados, aplicando las leyes, decretos, respetando los derechos y privilegios señalados por la ley, o concedidos por provisiones y cédulas reales. Los cabildos americanos comúnmente convocaban de dos a cuatro regidores en sus inicios, y hasta doce ya bien avanzado el siglo XVI. Ellos elegían a dos alcaldes ordinarios para impartir justicia. El primero de ellos, el alcalde ordinario de primer voto, fue la figura jurídica a partir de la cual se evolucionó, tras diversas transformaciones, ajustes y cambios a lo largo de varios siglos, a la que hoy rige los municipios, y que en países como México se conoce bajo el nombre de presidente o presidenta municipal. Si bien en muchos lugares, en recuerdo de su origen colonial, todavía se le menciona —en forma ya incorrecta— como alcalde o alcaldesa. Un alcalde (del árabe-hispano, alqáḍi o juez) era, y continúa siendo, un cargo público que se encuentra al frente de la administración pública de una población con rango de ciudad o villa. Su función era impartir justicia y la emisión de bandos aprobados por los regidores, regulando la vida pública de los pobladores dentro de su jurisdicción territorial. Al ser electos, el alcalde de primer voto representaba a la nobleza, y el de segundo voto al pueblo común. Por ejemplo, al fundarse el cabildo de la Villa Rica de la Vera Cruz en 1519, se conoce que el joven capitán Alonso Hernández de Portocarrero —que era sobrino del conde de Medellín y hombre de confianza de Cortés— fue elegido alcalde ordinario de primer voto, representando a los hidalgos o nobles de baja categoría que, como el propio Cortés, ejercían el mando militar de la expedición. Y en ausencia, al capitán Francisco de Montejo, representando a los centenares de hombres procedentes de las clases bajas y de los más diversos oficios (campesinos, herreros, comerciantes, carpinteros, etc.). Los alcaldes ordinarios

ANTONIO DE TORRES, EL PRIMER ALCALDE DEL CONTINENTE AMERICANO Leer más »

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